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Primer triunvirato - César, Pompeyo y Craso ( 60-53 a.C.)

 La carrera política de Pompeyo Magno empezó tras la primera guerra civil 

Siguiendo la tradición familiar, Pompeyo consiguió sus primeros éxitos militares luchando en el lado de los optimates, que gobernaban desde su victoria en la guerra. Tras estas primeras campañas, fue nombrado cónsul en su vuelta a Roma y emprendió nuevas campañas que aumentarían todavía más su buena fama: acabó con la piratería en el Mediterráneo, algo que favorecía el comercio marítimo, y detuvo el expansionismo de dos poderosos reyes hostiles a Roma en Oriente, Mitrídates VI del Ponto y Tigranes II de la Gran Armenia.

De forma paralela, César empezaba sus andanzas políticas en el Senado, y tras perder apoyos, Pompeyo se vio obligado a forjar una alianza secreta —el primer triunvirato (60 a.C.) con César y Craso, ambos del partido opuesto, para lograr objetivos comunes.

César se marchó a las Galias para consolidar su carrera política mediante éxitos militares, pero cuando pretendía regresar tenía el Senado en su contra. De este modo, se vio obligado a desafiarlo, cruzó el Rubicón en el año 49 a.C. y dio inicio a la segunda guerra civil romana en la que Pompeyo participó como comandante del ejército de la República.


En el invierno de 49 a.C., Julio César consiguió llevar una parte de sus tropas a los Balcanes desde Bríndisi, burlando la vigilancia que Pompeyo, instalado en Dirraquio, había establecido en el Adriático. El resto de sus efectivos no pudo cruzar hasta la primavera del año siguiente; mientras tanto, pompeyanos y cesarianos invernaron en torno a Dirraquio. Con la llegada de los refuerzos, ambos ejércitos iniciaron una guerra de desgaste en la que las tropas de César, mal abastecidas, llevaron la peor parte. Cuando Pompeyo ordenó el ataque definitivo, César y su ejército se refugiaron en la cercana Apolonia.


Entonces Pompeyo decidió reagrupar a sus tropas en Tesalia (Grecia) y César le siguió hasta Farsalia, donde el 9 de agosto tuvo lugar el enfrentamiento definitivo. Pompeyo no deseaba la batalla, pero se vio forzado a ella por el espíritu belicoso de sus soldados y por las conspiraciones de sus generales. Aunque sus 30.000 hombres doblaban los efectivos de César, éste desarrolló una mejor estrategia y, según contó él mismo, sólo perdió 230 hombres frente a 15.000 pompeyanos muertos y 24.000 cautivos. Fuentes más imparciales estimaron las bajas de César en 1.200, y las de su rival, en 6.000

El comandante comenzó la campaña contra Espartaco imponiendo el arcaico castigo del decimatio a las legiones que habían huido. Este brutal castigo consistía en la elección por sorteo de 1 de cada 10 hombres para ser asesinados a golpes y palos por sus propios compañeros


El primer triunvirato en la historia de Roma –que en realidad no tenía forma política, sino que era una alianza secreta– funcionó con el encanto de Julio César, la auctoritas de Cneo Pompeyo y el dinero de Marco Licinio Craso, uno de los más crueles y codiciosos romanos de su tiempo. Precisamente el afán de Craso por alcanzar un nombre militar y político más allá de la anchura de sus arcas condujo al veterano romano a embarcarse en una demencial incursión contra los partos que terminó en desastre. Con más de 60 años, Craso dirigió con desgana y exceso de confianza la campaña, lo que le costó acabar con su cabeza arrojada a los pies del rey parto mientras trataba sin éxito de negociar una tregua. El historiador Dión Casio relata que, conocedores de su codicia, los partos le introdujeron oro líquido por la garganta para terminar con su vida.

La familia de Craso, que se remontaba a uno de los linajes más antiguos de la República romana, sufrió de lleno la represión de Cayo Mario y de Cina en su confrontación con Cornelio Sila. Para escapar de la muerte, el joven Marco Licinio Craso buscó refugio en Hispania en 85 a. C, donde, aprovechando las clientelas que su padre había extendido durante su gobierno en la Hispania Ulterior, reclutó un pequeño ejército poniéndose a las órdenes de Sila cuando éste volvió a Italia. Sin llegar a la fama del Alejandro Magno romano –Pompeyo– , Craso se destacó en la Primera Guerra Civil, especialmente en la conocida Batalla de la Puerta Colina, pero no fue en el aspecto militar donde adquirió mayor notoriedad, sino con las proscripciones que siguieron al establecimiento de la dictadura de Sila.

Como hizo Mario años atrás, el nuevo régimen aplicó una sangrienta represión que incluía una amplia lista de proscritos clavada en el Foro. Quien aparecía en esta lista debía perder todos sus derechos como romano y morir, siendo perfectamente legal que fuera a través de un método violento. Las cabezas de cientos de proscritos (40 senadores, 1.600 ecuestres y 4.000 ciudadanos sufrieron esta condena) terminaron decorando las paredes del Foro y sus bienes pasaron a ser propiedad de Sila y del Tesoro, que, sin embargo, se mostró muy generoso en el reparto con sus seguidores.


Craso fue el más hábil y codicioso de entre los especuladores del periodo, pese a lo cual llevaba una vida considerada frugal en una época de excesos. «Cuando Sila se apoderó de la ciudad y puso a la venta las propiedades de los que iban pereciendo a sus manos, ya que las consideraba y denominaba botín y quería que la mayoría de los notables compartieran este sacrilegio, Craso no se abstuvo de coger ni de comprar», escribe el historiador romano Plutarco. De los 300 talentos con los que empezó la guerra, Craso pasó a 7.100 en poco tiempo, lo que le convirtió en el hombre más rico de Roma, solo igualado por su rival Pompeyo y solo superado a nivel histórico por lo acumulado tres décadas después por el Emperador César Augusto.

 Además de la venta de las mansiones requisadas, Craso llevó la especulación a un nivel superior de ilegalidad. Se dedicaba a comprar los edificios situados en lugares con tendencia a incendiarse y sus proximidades, pues los propietarios se los cedían a bajo precio a causa de las presiones. En paralelo, creó un equipo de bomberos, que intervenía solo en caso de ser conveniente a los intereses de Craso en esas zonas, y otro de constructores para apuntalar los edificios y desescombrar las parcelas en cuanto el fuego hubiera pasado. No hacía edificios nuevos, pues aseguraba que «los aficionados a la construcción se arruinan ellos mismos sin necesidad de enemigos».

Los métodos para adquirir muchas de esas propiedades eran tan variados como oscuros.

 En el año 73 a.C, frecuentó la casa de una virgen vestal llamada Licinia, quizá familiar suyo, que fue acusada formalmente de romper su voto de castidad, lo cual era castigado con el enterramiento en vida de la culpable. Tan convencidos estaban todos del entusiasmo de Craso por hacerse con propiedades, que le bastó decir que su única intención en las visitas a Licinia era comprarle una casa para que la acusación fuera desestimada. El romano siguió rondando a la vestal hasta que finalmente le vendió su casa.

 La mayor experiencia militar de Craso en los años posteriores a la guerra civil tuvo lugar con la rebelión de los esclavos del año 73 a.C. 

Un grupo de ochenta gladiadores, encabezados por un esclavo tracio llamado Espartaco, escapó de una escuela de gladiadores en Capua y se refugió a las faldas del Vesubio, desde donde levantó a miles de esclavos en favor de su causa. Espartaco se reveló como un astuto militar que transformó la maraña de hombres y mujeres de distintas tribus en un ejército unido capaz de destrozar a dos ejércitos consulares y, con el tiempo, cualificado incluso para crear talleres propios para equipar a sus fuerzas.

Como Adrian Goldsworthy relata en su libro «Grandes generales del Ejército romano» , poco se sabe realmente de los orígenes de Espartaco y de cómo adquirió sus conocimientos tácticos. Varias fuentes señalan que había luchado contra los romanos antes o incluso con ellos en alguna de sus tropas auxiliares. Lo único nítido es que conocía muy bien a los soldados romanos. Por esta razón, el Senado encargó a Marco Licinio Craso que se hiciera cargo de la campaña.

 Ejerciendo como pretor, Craso comenzó las operaciones desempolvando el arcaico castigo del decimatio a las legiones que habían huido cuando se hallaban al mando de sus predecesores. Este brutal castigo consistía en la elección por sorteo de 1 de cada 10 hombres para ser asesinados a golpes y palos por sus propios compañeros. Además, al 90% de las tropas restantes las cambió la ración de trigo por cebada y las obligó a levantar sus tiendas fuera de los muros de los campamentos del ejército. Estas medidas, que hacían más daño que beneficio a la moral de la tropa, respondían a la gravedad de que un grupo de esclavos se hubiera sublevado en el corazón de la península itálic

Al frente de ocho legiones, el pretor sufrió algunos reveses iniciales, pero no tardó en ganar terreno al ejército de esclavos. Craso derrotó a un grupo que se había escindido entonces del principal ejército de Espartaco, y levantó una inmensa línea de fortificaciones de unos 65 kilómetros con el objetivo de encerrar a los esclavos en la punta más extrema de Italia. Viéndose acorralados, Espartaco y su ejército entraron en contacto en el mar Tirreno con los piratas de Cilicia, quienes prometieron darle una flota para transportar las tropas rebeldes a Sicilia con el fin de hacer de la isla un bastión rebelde inexpugnable. Sin embargo, los romanos se percataron de la intención de Espartaco, por lo que sobornaron a los piratas para que traicionaran al esclavo tracio.

 En una ocurrencia desesperada, el caudillo rebelde recurrió a una táctica utilizada contra los romanos por el cartaginés Aníbal, otro de los emblemáticos villanos de la historia de Roma. Durante una noche tormentosa, reunió a todas las cabezas de ganado que pudo, colocó antorchas en sus cuernos y las arrojó hacia la zona más vulnerable de las fortificaciones. Los romanos se concentraron en el punto a donde se dirigían las antorchas, pero pronto descubrieron, para su sorpresa, que no eran hombres, sino reses. Los rebeldes aprovecharon la distracción para cruzar la valla por otro sector sin ser molestados.

Pese a su astuta acción, Espartaco se vio obligado a enfrentarse finalmente a las legiones de Craso en terreno abierto. En el comienzo de la acción, en el año 71 a.C, el antiguo gladiador cortó el cuello a su propio caballo, supuestamente capturado a uno de los comandantes romanos antes derrotados, para demostrar que no estaba dispuesto a huir y pelearía con sus hombres hasta el final. Y así fue. Plutarco afirma que el guerrero tracio fue reducido por una decena de hombres cuando trataba de alcanzar la posición de Craso, después de dar muerte a dos centuriones que le salieron a su paso. La mayoría de los rebeldes pereció en la batalla y de los que se rindieron, 6.000 prisioneros adultos, todos fueron crucificados a intervalos a lo largo de la Vía Apia, desde Roma hasta Capua, como advertencia a otros esclavos dispuestos a atacar a sus amos.

Craso solo pudo celebrar una ovación por su papel en la rebelión –dado que el Senado quiso restar importancia a la campaña, para evitar convertir en un mártir a Espartaco, y le negó el triunfo–, mientras Pompeyo incluyó la campaña contra los esclavos en las celebraciones de su segundo triunfo, concedido sobre todo por sus méritos en Hispania. De esta forma, Pompeyo se adueñó injustamente de la mayor parte de la gloria de la victoria de Craso en la rebelión, al derrotar a un par de miles de esclavos cuando ya encontraban huyendo. La herida abierta entre ambos protagonizó el escenario político de los siguientes años.

Pompeyo tenía la auctoritas (el prestigio), pero Craso no era solo dinero

Dado que Pompeyo se pasó los primeros años de su carrera en el extranjero, la gente de Roma conocía y estimaba mucho más a Craso, que participaba activamente en la vida social de la capital y sabía ganarse el favor popular para lograr sus objetivos electorales. Cuando en el año 71 a.C. fue elegido cónsul, tras su éxito en la represión de la revuelta de Espartaco, «consagró a Hércules el diez por ciento de sus bienes –explica Plutarco–, ofreció un banquete al pueblo y de sus propios fondos procuró a cada romano una provisión de grano para tres meses». Y más allá del servicio público convencional, Craso se ganó las simpatías a través de una estrategia de préstamos a prometedores senadores, como fue el caso de Julio César, al que prestó 830 talentos en los inicios de su carrera política a cambio de su apoyo en el futuro.


 Su escasa popularidad y lo ingobernable del Senado legado por Sila, empujó a Pompeyo a firmar una alianza secreta con su antiguo rival Craso y su joven protegido, Cayo Julio César, que hizo las veces de contrapeso en la alianza.

  Para estrechar estos lazos, Pompeyo contrajo matrimonio con la hija de Julio César y, a pesar de la diferencia de edad, fueron extremadamente felices hasta la prematura muerte de ella. La alianza fue muy lucrativa para sus promotores y es conocida hoy entre los historiadores como Primer Triunvirato, pese a que no fue más que un pacto privado sin forma política, como sí lo fue el Segundo Triunvirato (formado por Marco Antonio, Octavio y Lépido). 

 Salvando los escollos de un sistema excesivamente enmarañado, Pompeyo consiguió con el pacto llevar a término su reorganización de Oriente y proporcionar tierras a sus veteranos; Craso obtuvo una renegociación de los contratos de los recaudadores de impuestos; y César, por su parte, pudo avanzar en su reforma agraria y obtener un mando sobre la Galia, donde inició una ambiciosa campaña militar.


Craso y Pompeyo se toleraron durante más de un lustro, pese a la hostilidad latente que había entre ambos, pero fue la emergente figura de un victorioso Julio César lo que rompió definitivamente el equilibrio entre los tres. 

Hacia el año 55 a.C., Craso decidió comenzar una campaña militar en Siria para recordar a la República que él también era un brillante comandante como sus dos socios políticos. Su elección fue conquistar Partia, un gran reino que se extendía más allá de Armenia, lo cual le valió numerosas críticas al conducir a Roma a una guerra innecesaria solo sujeta a sus intereses particulares. Y ciertamente, no era el mejor enemigo para ganar fama rápida, como iba a descubrir con su vida.

A sus 60 años y tras 16 años sin tomar servicio activo, Craso partió a Siria, donde se entretuvo la mayor parte del año recaudando impuestos para financiar su expedición. 

 En la primavera del 53 a.C. el comandante romano se dirigió al frente de siete legiones rebosantes de confianza a las entrañas de Partia. No obstante, los partos –que derrotarían años después también a Marco Antonio– conocían muy bien a su rival. A pesar de la caballería aliada y la infantería ligera, la gran carencia del ejército romano seguía siendo por entonces su lentitud y su vulnerabilidad en grandes llanuras. Las rápidas tropas partas, en cambio, se basaban en dos tipos de caballerías: los catafractos, caballería pesada armada de lanzas, y los veloces arqueros a caballo con sus poderosos arcos compuestos. 

 Con todo, el primer enfrentamiento entre el ejército romano y los partos en Carras terminó en empate, aunque la superioridad de la caballería parta se tradujo en un mayor número de bajas entre los romanos. Cuando esa misma noche los hombres de Craso se lamían sus heridas, cundió de repente el pánico entre ellos y su ánimo se quebró sin que el anciano comandante tuviera fuerzas para reconducir la situación. Los romanos iniciaron una desordenada huida a pie perseguidos por la caballería parta.

 Mientras trataba de negociar una tregua, Craso fue asesinado y su cabeza y manos enviadas al rey parto. Entre el mito y la realidad, Dión Casio sostiene que los partos le introdujeron oro líquido por la garganta para terminar con su vida, conocedores de su sed de riqueza. La carrera de uno de los romanos más codiciosos y crueles de su tiempo terminaba así con una humillante derrota. En Roma, su muerte abrió una brecha irreparable entre Julio César y Cneo Pompeyo, que derivó en una guerra civil donde se impuso el primero y más joven.

Casca apuñala en la nuca a Julio César, y los otros le secundan en la acción, terminando por Bruto. César dice en ese momento: «Et tu, Bruté?», lo cual se traduce en «¿Y tú, Bruto?» – ¿También tú, Bruto? –. 

 Así escenifica William Shakespeare –inspirado en la versión del historiador Suetonio– la muerte del dictador romano y la puñalada final de Marco Junio Bruto, hijo de Servilia (amante de César), en una de sus obras trágicas más famosas.

 Sin embargo, cualquiera parecido con la realidad es pura coincidencia. Después de recibir 23 heridas, aunque paradójicamente solo una de ellas resultó mortal, parece poco probable que todavía tuviera fuerzas para lanzar una cita tan teatral. Al contrario, César consiguió defenderse durante unos segundos e hirió a Bruto en el muslo con un punzón. Ya herido de muerte, se cubrió la cara con su túnica en un último intento por dignificar su apariencia.


Nacido el 13 de julio del año 100 a. C. Cayo Julio César tuvo una carrera política mucho más convencional de lo que tradicionalmente se ha considerado siempre. Tras la muerte del dictador Sila, que recelaba de Julio César por sus lazos familiares con Cayo Mario, el joven patricio ejerció por un tiempo la abogacía y fue pasando por distintos cargos políticos. 

 En 70 a.C., César sirvió como cuestor en la provincia de Hispania y luego como edil curul en Roma

 Dado a endeudarse para ganarse la simpatías del pueblo, la generosidad de Julio César se hizo famosa en la ciudad y le permitió en 63 a.C. ser elegido praetor urbanus al obtener más votos que el resto de candidatos a la pretura. 

Su carrera política, no en vano, dio un salto definitivo cuando fue elegido cónsul gracias al apoyo de sus dos aliados políticos –Cneo Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso– los hombres con los que César formó el llamado Primer Triunvirato

Al terminar el consulado, fue designado procónsul de las provincias de Galia Transalpina, Iliria y Galia Cisalpina, desde donde regreso convertido en un gran héroe militar que había logrado someter a los pueblos galos.

La muerte de Craso en una desastrosa campaña contra el Imperio parto rompió en añicos el Triunvirato y enfrentó a Pompeyo contra César. 

Tras una guerra civil que duró cuatro años, César regresó victorioso a Roma a finales de julio de 46 a. C. 

La victoria total de su facción dotó a César de un poder enorme y el Senado se apresuró a legitimar su posición nombrándolo dictador por tercera vez en el año 46 a. C. por un plazo sin precedentes de diez años.

 La benevolencia mostrada por el dictador, que no solo perdonó la vida a la mayoría de los senadores que se habían enfrentado contra él durante la guerra, sino que incluso les otorgó puestos políticos, se reveló con el tiempo como un error político de bulto. 

La mayoría de los 60 senadores implicados en su asesinato habían sido amnistiados previamente por el dictador.


Marco Junio Bruto, sobrino de Catón «El joven», había combatido junto a César en la Galia –al que le unía la amistad y un delicado parentesco, su madre era amante del dictador– y después contra él durante la guerra civil. 

Por su parte, Cayo Casio Longino, quizás el principal cabecilla de la conspiración, ejerció como legado para él después de combatir primero en el bando de Pompeyo. 

Otro conspirador, Cayo Trebonio, había servido durante muchos años en el alto mando de Julio César en las campañas de la Galia. Ni la gratitud ni la amistad disuadieron a los conspiradores de sus intenciones, que afirmaron haber matado al tirano por salvaguardar la República, y, sin embargo, solo consiguieron acelerar la caída de una institución que llevaba un siglo tambaleándose. 

Su final se vislumbraba desde que la derrota final de Aníbal había requerido buscar enemigos internos.

Pero más allá de los asuntos políticos, que tenían como trasfondo la lucha entre distintas familias de la aristocracia, el asesinato del dictador escondía un factor simbólico

Julio César decía descender de los Reyes de Alba Longa –una ciudad absorbida por Roma poco después de su fundación– y solía vestir por esta razón con una túnica de mangas largas y botas de media caña de cuero rojo. 

Por su parte, Bruto pertenecía a la estirpe de Lucio Junio Bruto, que en torno al año 509 a.C. acabó con el último rey de Roma, Tarquinio «El Soberbio», aunque ciertamente entre muchos de sus contemporáneos había dudas de que la afirmación fuera cierta. 

La imagen de un grupo de senadores terminando con el hombre que aspiraba supuestamente a convertirse en rey, el tirano, impulsó a los conspiradores más dubitativos a acometer el magnicidio, además de conquistar el imaginario de Shakespeare

El día previo al asesinato, la esposa de César Calpurnia Pisonis había tenido supuestamente una pesadilla donde advirtió el asesinato de su marido. Dado que Calpurnia no era dada a supersticiones, se dice que el dictador cedió quedarse en casa y envió un mensaje al Senado para informarles de que la mala salud le impedía abandonar su casa para llevar a cabo ningún asunto público. 

Sin embargo, Décimo Bruto –otro de los conspiradores– consiguió convencer finalmente a César de que acudiera a la cámara, ya que en pocos días iba a ausentarse fuera del país y debía dejar los asuntos políticos convenientemente atados. También se ha considerado según la tradición que el profesor de griego Artemidoro entregó un manuscrito a César a la puerta del Senado avisándole de la conspiración, pero éste no llegó a abrirlo a tiempo.

Además, hasta principios del año 44 a.C. César había contado con la protección de una escolta de auxiliares hispanos, pero los había licenciado como demostración de normalidad política en cuanto el Senado aprobó prestarle un juramento de lealtad.

  El 15 de marzo de ese año acudió al Senado sin más protección que la compañía de sus colaboradores más cercanos. 


 Una vez dentro del edificio público, los conspiradores se encargaron de llevarse a Marco Antonio a un lugar apartado. 

 Los asesinos eran conscientes de que Marco Antonio, además de fiel a César, era un hombre corpulento y dado a arranques de ira. 

Antes de que diera comienzo la reunión senatorial, los conspiradores se apiñaron en torno al dictador fingiendo pedirle distintos favores. 

Lucio Tilio Címber, que había servido a las órdenes del César, le reclamó que perdonara a su hermano que se encontraba en el exilio. Mientras el dictador romano trataba de calmar al grupo, Címber tiró de la toga de César y mostró su hombro desnudo: era la señal acordada. Casca sacó su daga y le apuñaló, pero solo fue capaz de arañar el cuello del dictador. Según algunas versiones, César agarró los brazos de Casca y forcejeó con él intentando desviar la daga.


Marco Bruto fue uno de los últimos en acuchillar a César, con una herida en la ingle

El general romano no solo se defendió por unos segundos de los ataques, sino que fue capaz de sacar un afilado estilo (un puñal) y herir a varios hombres, al menos dos, incluido a Bruto en un muslo. 

 Tras el ataque de Casio, los otros conjurados se unieron a la lucha propinando a César numerosas estocadas y tajos. Solo dos senadores de los presentes trataron de ayudar al dictador, pero no consiguieron abrirse camino. Sin que sea posible de comprobar, puesto que las fuentes presentan distintas versiones, Marco Bruto fue uno de los últimos en acuchillar a César, con una herida en la ingle, y al que habría dirigido el famoso «tú también hijo mío».

 Con 23 puñaladas en su cuerpo –aunque solo una realmente mortal–, Julio César se cubrió la cabeza con su túnica púrpura en un último esfuerzo por mantener la dignidad y cayó desplomado junto al pedestal de la estatua de Pompeyo, su otrora máximo rival.

En pánico se propagó por la sala, los senadores que no tenían manchada la ropa de sangre huyeron del lugar enseguida. 

 Durante un tiempo, toda Roma quedó anonadada sin decidir si aquello era el comienzo de una nueva guerra civil o el origen de los festejos por la muerte de un tirano. 

Marco Antonio se reunió con los conspiradores en privado y obtuvo permiso para que César tuviera un funeral público en el Foro.'

En línea con el famoso discurso que Shakespeare puso en boca de Marco Antonio en su drama, el leal amigo de César aprovechó el acto para ensalzar las virtudes del fallecido dictador, al mismo tiempo que lanzaba velados reproches a los conspiradores, «los hombres más honrados». 

No obstante, el momento cumbre del funeral llegó cuando Antonio leyó a viva voz el testamento de César, que incluía la donación de unos amplios jardines junto al Tíber al pueblo de Roma y un regalo en metálico a todos los ciudadanos

Tras el anuncio se produjeron disturbios y ataques contra las viviendas de los conspiradores. Paradójicamente, el leal seguidor del dictador Helvio Cinna fue asesinado ese día por la turba que le confundió con uno de los conspiradores, Cornelio Cinna.

Desde que se hizo público el testamento, el sobrino nieto de Julio César, Octavio, de 18 años, asumió el papel de hijo adoptivo del dictador y cambió su nombre por el de Cayo Julio César Octavio

Al principio, combatió junto al Senado y varios de los conspiradores contra Antonio, que no tardó en levantar a las legiones que todavía eran fieles a la memoria de Julio César. No en vano, Cayo Julio César Octavio –el futuro Emperador Augusto– terminó uniéndose a Antonio y a Lépido, otro de los fieles de Julio César, para formar el segundo Triunvirato y dar caza a los asesino de los idus de marzo. En el plazo de tres años, prácticamente todos los conspiradores fueron ajusticiados sin que observaran ni la más leve sombra de la famosa clemencia del tirano al que tanto se habían afanado en eliminar.

Suetonio nos dice que Cleopatra fue a la reina de otros territorios que más amó César y que con ella prolongaba los banquetes hasta el amanecer solo por estar con ella. También nos cuenta que César la trajo a Roma, la colmó de honores y regalos y que juntos tuvieron a su hijo Cesarión, llamado así porque César le permitió a la reina de Egipto que le pusiera su nombre al niño. 

 Por su parte, Plutarco en la biografía de César nos cuenta más detalles de esta historia de amor. Nos narra que se conocieron por una artimaña de Cleopatra pues ingresó en el palacio donde se encontraba César en Alejandría envuelta en un colchón para pasar desapercibida. 

Esta artimaña le gustó al general romano y cuando la vio quedó prendado porque le pareció descarada y valiente y además luego cuando estuvieron hablando la cautivó. 

Así, César la ayudó a reconciliarse con su hermano Ptolomeo XIII para que reinaran juntos los dos hermanos y pusieran fin a sus disputas. Tras esto, nos dice Plutarco que César se vio envuelto en una guerra contra Aquilas y se marchó de Egipto dejando a Cleopatra como reina y ella poco después tuvo al hijo fruto de sus amores con César, que fue conocido como Cesarión por parte de los habitantes de Alejandría. 

El historiador Dion Casio indica que el encuentro de Cleopatra con César se produjo con alevosía por parte de ella pues se fue a ver a César sin informar a su hermano y vistiéndose para parecer lo más hermosa posible y su plan era además cautivarlo con su ingenio.

 Cleopatra y Julio César, que protagonizaron uno de los momentos más importantes en los respectivos finales de etapas de sus diferentes países, pues Cleopatra era la reina del Egipto helenístico, que caería en manos de Octavio en el año 30 a.C. Mientras que César fue la figura que acabaría con la República romana y aunque este fue asesinado por senadores el 15 de marzo del año 44 a.C. dejó hecho todo para que Octavio acabara siendo el emperador.

No sabemos exactamente cómo se produjo el primer contacto entre los dos dignatarios. Según la historia de Roma (y algunos de los escritos que quedan de César) parece ser que Cleopatra se encontraría con él en torno al año 48 a.C. momento en el que el general romano había ordenado reunir a Cleopatra y a su hermano Ptolomeo para acabar con las hostilidades.

Esta, como no se fiaba de las aspiraciones de los agentes de su hermano, se enrolló en una alfombra que fue entregada como obsequio en los aposentos de César. Al abrirla en su intimidad, según cuenta la historia, el general romano encontró a Cleopatra prácticamente desnuda, y terminó pasando con ella toda la noche. En teoría parece ser que la princesa lo que buscaba era aliarse con Roma para volver a sentarse en el trono de Egipto que su hermano le había arrebatado.

Poco más sabemos de lo que se hablara en dicha habitación, pero por los hechos que vamos a seguir narrando ahora en este resumen sobre la historia de Cleopatra y Julio César, tuvo que ser también temas políticos, pues a partir de ese momento pasarían a ser dos inseparables

Tras la primera toma de contacto en su habitación, Cayo Julio César reunió a todos los hermanos de Cleopatra y a la misma princesa para acabar con el problema de Egipto, el cual aún siendo un reino aparte, Roma había sido designada por Ptolomeo XII como tutora legal del reino. De esa manera el general romano designó a Ptolomeo XIII como rey de la isla de Creta, a Ptolomeo XIV y Arsinoe IV la isla de Chipre, dejando a Cleopatra como reina de Egipto.

El problema fue que tras esa repartición, ninguno de los hermanos quedó conforme, por lo que Arsinoe y Ptolomeo XIII se unieron en rebeldía contra César y Cleopatra, y de esa manera aunque presos por Roma, estos fueron haciendo una serie de intrigas palaciegas para poner al pueblo de Alejandría en contra de los amantes.

Así, Aquilas (un general de Ptolomeo XIII) marchó a la ciudad con 20.000 soldados de infantería y 2000 jinetes y rodearon por completo la ciudad. Durante el transcurso del asedio se produjo el incendio del puerto de Alejandría por orden de César, donde fueron destruidos 72 embarcaciones egipcias y 50 trirremes romanos, para evitar que cayeran en manos enemigas.

Dicha guerra duró varios meses, durante su transcurso, Arsinoe consiguió llegar al campamento de los rebeldes, donde fue proclamada reina de Egipto. Tras ello, ganaron una serie de batallas y exigieron a César que liberara a Ptolomeo XIII. Aquí tenemos que ver la inteligencia de César, el cual sabía de la ineptitud de dicho adolescente, al que dejó ir sin ningún problema. Tras la llegada al campamento de este, fue proclamado rey de Egipto y fue puesto enfrente del ejército.

César y Cleopatra habían estado aguardando su momento, pues las tropas de refuerzo de Roma estaban al llegar y cuando estas llegaron, le tocó el turno a los aliados de comenzar el ataque, haciendo que el ejercito rebelde se pusiera en retirada. Durante esto muchos se ahogaron al intentar cruzar el Nilo, y entre ellos se encontró a Ptolomeo XIII, el cual llevaba su coraza de oro, la cual fue usada por César para enseñarla al pueblo de Alejandría.

 De esa manera acababa la revuelta y Cleopatra obtenía el trono de Egipto en el año 47 a.C. del mismo modo Arsinoe fue capturada y enviada a Roma para que desfilase encadenada por las calles de la capital, en uno de sus triunfos. Y respecto a Ptolomeo XIV, al tener solamente 10 años, se le permitió vivir y además se casaría con su hermana (tradición en la familia).

Siguiendo con nuestro resumen sobre la historia de Cleopatra y Julio César debemos de saber que, durante unos meses, el general romano se quedó en Egipto deleitándose con la cultura helenística, además de entregarse al placer. De su relación con Cleopatra nacería el 23 de junio del año 47 a.C. Ptolomeo XV, el cual fue conocido por los habitantes de la ciudad como Cesarión.

Tras esto, Cayo Julio César partió a realizar una serie de campañas, entre las que encontramos las acaecidas en el Ponto en el mismo año 47, las de Tapso en el 46 a.C. y las de Munda en el 45 a.C.

Entre esas estancias incluso la reina de Egipto marchó a Roma en dos ocasiones acompañada de su hijo, una de ellas en el año 46 y otra entre el 45-44. Tenemos que saber que la sociedad romana nunca aceptó a la reina de Egipto entre ellos, debido a que no la consideraban de fiar, pero César la trató como lo que era e incluso tubo recepciones oficiales; se sabe que metió en el panteón romano el culto a Isis, en señal de respeto de su amada.

El segundo viaje de la reina de Egipto acabaría con el asesinato a manos de los senadores de Roma el 15 de marzo del año 44 a.C. de Cayo Julio César, haciendo que la Cleopatra y Cesarión tuvieran que marchar rápidamente de nuevo a Egipto para estar seguros.



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 El complejo árbol de la evolución humana se está modificando casi constantemente. Los descubrimientos son cada vez mayores, sobre todo en la última década del siglo XX.  Ramidus, Anamensis, Anteccesor, Tumai... son algunos de las últimas incorporaciones.  Este esquema muestra la configuración de este árbol evolutivo de los homínidos según Arsuaga y Martínez (del Proyecto Atapuerca).  Homínidos somos todos los seres humanos actuales y todos los fósiles de nuestra propia línea evolutiva, desde que se produjo la separación con la línea del chimpancé, es decir, todas las especies que caminaron de forma erguida.  Como puede verse hay todavía interrogantes y lagunas que poco a poco se irán rellenando gracias a la paciencia, tesón y a la fortuna a la hora de encontrar algún resto que de más información.  

Reino de Bitinia (326-74 a.C)

 Bitinia fue un antiguo reino localizado al noroeste de Asia Menor y al suroeste del mar Negro, que desde la península de Calcedonia llegó a extenderse hasta Heraclea Póntica y Paflagonia, Misia y la Propóntide (actual mar de Mármara). Sus principales ciudades fueron Nicomedia, Nicea y Bursa. Nicomedia fue fundada en el año 264 a. C. por Nicomedes I y era la capital del territorio. . Según Heródoto y Jenofonte, los bitinios y los tinios, fundadores del país, eran tribus tracias, que crearon un estado independiente , antes de ser anexionado por Creso, rey de Lidia. Luego pasaron a dominio persa, siendo incluida Bitinia en la satrapía de Frigia. Creación del reino Alejandro Magno —durante la conquista de Persia y tras la batalla del Gránico — consiguió que se sometieran todas las ciudades griegas de la satrapía de Sparda (antiguo reino de Lidia). En esta región es donde se emplazarían los futuros reinos de Pérgamo y de Bitinia. Posteriormente, en el año 323 a. C. Alejandro murió y

LA REGIÓN VII DE LA ROMA DE AUGUSTO

  La capitulación de las ciudades etruscas y su ingreso forzado en la alianza con Roma marcó el inicio del último periodo de la historia etrusca. En la base del nuevo orden impuesto en Etruria estaban los vínculos federales derivados de los tratados. Estos tenían, según los casos, cláusulas especiales y diferentes, particularmente duras para las ciudades que más directamente se habían opuesto a Roma y habían luchado más y más duramente contra ella. En estas clausulas se incluía, entre otras cosas, la imposición de impuestos y el control de la administración pública. En general, los tratados exigían que todas las ciudades renunciaran a cualquier iniciativa política autónoma; así como reconocer a los amigos y aliados de Roma ya sus enemigos como propios; proporcionar a la propia Roma ayuda siempre que la pidiera, especialmente con motivo de guerras y con aporte de hombres y medios; coordinar todas sus actividades, incluidas las de carácter productivo y comercial, con los intereses roman