El resumen que Floro hace de los hechos, a la instauración del consulado y su consolidación frente a la amenaza interna le suceden los éxitos militares de Roma en el exterior hasta conquistar el conjunto de Italia, en primer lugar defendiendo su propio territorio, más tarde auxiliando a sus aliados y por último respondiendo a los ataques de sus enemigos, en una progresión que explica el expansionismo romano en función de la tesis del «imperialismo defensivo».
El autor romano Lucio (o Publio) Anneo Floro nació en el norte de África y vivió a comienzos del siglo II. Su Epítome de todas las guerras durante setecientos años, es una historia romana basada fundamentalmente en Livio y compuesta por dos libros que cubren desde los orígenes hasta la clausura del templo de Jano por Augusto en 29 a. C.
«Así pues, bajo el caudillaje e iniciativa de Bruto y Colatino, a quienes la noble matrona moribunda había encomendado su venganza, el pueblo Romano, como impelido por inspiración divina a defender su libertad y vengar la ofensa de su honor, destituye prestamente al rey, saquea sus bienes, consagra su dominio al dios Marte y transfiere el poder a quienes le habían devuelto la libertad, si bien modificando sus prerrogativas y designación: decidió que su potestad, en vez de perpetua, fuera anual, y compartida, en lugar de personal, de modo que no se corrompiese por su carácter unipersonal ni por la duración; y los denominó cónsules, en lugar de reyes, para que recordasen que debían velar por sus conciudadanos.
Tan extraordinario contento se había producido a causa de la recién adquirida libertad que, apenas se tuvo la seguridad del cambio de situación, se arrojó de la ciudad a uno de los dos cónsules, el marido de Lucrecia, después de haberle desposeído de su cargo, tan sólo por el hecho de que su nombre y su linaje era el de los reyes.
Su sustituto, Horacio Publícola, puso sumo afán en acrecentar la majestad del pueblo libre: en honor suyo abatió las fasces ante la asamblea, le concedió el derecho de apelación contra sus propias decisiones, y, con el fin de no ofenderle con el aspecto de fortaleza de su morada que sobresalía por encima del resto, la trasladó a la planicie. Por su parte, Bruto se atrajo también el favor del pueblo por la extinción de su casa y el parricidio, pues, al descubrir que sus propios hijos intentaban hacer regresar de nuevo a los reyes a la Ciudad, los arrastró al foro, y azotó y ejecutó con el hacha ante la multitud, de modo que quedara verdaderamente patente que, cual padre de la patria, había adoptado al pueblo como hijo.
Libre ya a partir de este momento, el pueblo Romano tomó sus primeras armas para defender su libertad contra los extraños; luego, en defensa de sus límites; a continuación, de sus aliados; finalmente, por la gloria y el Imperio, puesto que todos sus vecinos lo hostigaban sin pausa por doquier; de hecho, al no poseer porción alguna de tierra en patrimonio, sino un pomerio tras el cual se encontraba inmediatamente el enemigo, y hallarse situado, como en una encrucijada, entre el Lacio y los etruscos, venía a dar con el enemigo por todas sus puertas; hasta que, por una especie de contagio, se pasó de uno a otro y, con la derrota de los más cercanos, consiguieron someter a su dominio a toda Italia».
La instauración de la República viene de manos de un mito: la violación de Lucrecia
El ideal de la mujer romana es el de la matrona (de la raíz mater-madre- se refiera a la mujer casada), sinónimo de mujer adulta, respetable y honrada. Son las mujeres patricias, procedentes de las familias fundadoras de Roma la que ofrecen el modelo de mujer cuyo comportamiento, en todos los aspectos de la vida, debía ser irreprochable. Este ideal era el paralelo femenino del buen romano, que se resume en la gravitas, parsimonia pudicitias, certamen, pides, pietas y virtus. Gravitas (comportarse de acuerdo al rango social), parsimonia (austera sobriedad en todo), pudicitias (pudor, integridad moral), certamen ( sentido de la competición), pides (fe en la palabra dada, Lealtad), pietas (comportarse con justicia y respecto hacia las leyes e instituciones), y la virtus (la excelencia militar). No es un modelo que nos quede muy lejos, pues es el que heredó la tradición cristiana.
Si estos valores son exigibles a todas las mujeres, el concepto de matrona iba vinculado además a la laboriosidad, a la austeridad en las costumbres, la fidelidad (fides), la castidad (castitas), la modestia, el amor hacia su marido y sus hijos… Pero ni la educación ni la cultura estaban entre las virtudes deseables para las matronas, aunque como ahora veremos, al final de la República apareció un nuevo modelo de mujer aristócrata: la «docta puella»
Entre los méritos que distinguían a las matronas romanas se encontraba de forma recurrente el del hilado (el trabajo de la lana era esencial, símbolo de la matrona por antonomasia y el huso y la rueca son dos de los objetos que la novia llevará a su nuevo hogar en el día de la boda). Por tanto, la mujer se ocupaba en hilar y tejer, debía tener hijos y que le sobrevivieran, algo muy importante para Roma sobre todo si eran varones que engrandecerían los ejércitos. Debía dirigir el hogar y la educación de los hijos, vigilar la servidumbre y llevar una activa vida social acompañando a su marido.
Los escritores romanos describen a una mujer ideal esposa y madre íntegra dedicada a su casa y familia, y resguardada del contacto con extraños pues de ella depende que la descendencia de su familia sea legítima.
“La naturaleza conformó a la mujer para el cuidado atento de la casa y al hombre para las actividades desarrolladas fuera, en el exterior. Y así la divinidad asignó al hombre la misión de soportar los calores y los fríos, las caminatas y las fatigas, de la paz y de la guerra, es decir, los trabajos del campo y del servicio militar, mientras a la mujer, a la que no hizo apta para todas estas funciones le confió el cuidado de trabajos domésticos”. Columela – Libro XII De Agricultura
En el «Diálogo sobre la oratoria» atribuido a Tácito, uno de los interlocutores llamado Mésala alaba el papel esencial que ciertas mujeres llevaron a cabo en la educación de sus hijos tutelando su instrucción, empujándoles al estudio de las artes liberales y guiándolos hacia la clase de carrera para la que parecían mejor dotados. Son Cornelia, hija de Escipión el Africano y madre de los Gracos, Aurelia, madre de Julio César y Atia, madre de Octaviano. Sin embargo las tres vivieron una situación especial: al quedar viudas tuvieron que asumir el papel que tradicionalmente ejercía el padre. De las tres, es Cornelia, madre de 12 hijos de los cuales sólo dos llegaron a adultos: Tiberio y Cayo Graco, los famosos tribunos de la plebe, la que pasó a la posteridad como modelo de matrona, de viuda fiel a la memoria del marido muerto que dedica su vida a la educación de sus hijos. Cornelia fue idealizada como modelo de las virtudes tradicionales romanas.
Sin embargo, a finales de la República y principios de la Edad Imperial, los modos de vida habían cambiado y contrastaban fuertemente con la vida sencilla del pasado, y el modelo ideal de mujer convive con el de la «Docta Puella» cuyo talento intelectual es alabado al lado de sus virtudes morales tradicionales.Tal es el caso de Ovidio que dedica a las mujeres el tercer libro del Ars amatoria, y escribe para ellas su tratado de cosmética Medicamina faciei sobre los preparados y las artes del maquillaje femenino, o del poeta Propercio, pero este modelo de mujer culta pero de moralidad discutible será duramente atacado por otros autores como Marcial, o como Salustio y Tácito que añoran los tiempos remotos. Un ejemplo de docta puella ejemplar sería Perilla, inteligente pero prudente (Ovidio dice de ella: la naturaleza le ha dotado de pudor y de talento; y no deja duda sobre la calidad de sus obras, que superan a las de la Poetisa de Lesbos).; Sin embargo el ejemplo más destacado lo encontramos en Clodia, aristócrata romana de cuya rebeldía ya hemos hablado. Casada con el gobernador de la Galia Cisalpina, Metelo Céler, era inteligente y bella y alabada por Catulo como una mujer independiente en claro contraste con el modelo ideal matronal. Frente a estas alabanzas encontramos la demoledora opinión que le merece a Cicerón en su discurso Pro Caelio, pronunciado el 56 a.C.
Una de las grandes hazañas de Augusto fue pasar de un sistema político caduco en su tiempo, la República, a otro que conduciría al Imperio, pero con la habilidad de parecer todo lo contrario, es decir utilizando el discurso de la vuelta a las viejas costumbres, pero mientras iba atesorando todo el poder en su persona siempre de manos del Pueblo y del Senado. Para ello, entre sus muchas acciones puso en marcha un programa de propaganda que incluía recuperar y poner en valor los mitos y las costumbres ideales de los romanos. Tito Livio, Horacio y Virgilio serán los responsables de legarnos el mayor número de los arquetipos femeninos, y con ello proporcionar a la mujer romana de su época un modelo edificante de matrona con el objetivo de impulsarlas a recuperar las antiquas mores o el mos maiorum (la costumbre de los ancestros) pues le interesaba más destacar sobre todos los demás por constituir la exposición detallada del origen del pueblo romano en el que la matrona podía ser representada en toda su integridad, honestidad, austeridad y laboriosidad. Por ello encontramos que la mayoría de modelos se ubiquen en la mitología, la monarquía y primeros años de la República como Lavinia, las Sabinias, Virginia o Lucrecia; siendo por el contrario Tarpeya y Tulia los ejemplos antagónicos de la idea tradicional de la mujer como la protectora del matrimonio y de la familia.
Pues bien, en la obra de Tito Livio aparecen Lucrecia y Virginia implicadas directamente en acontecimientos que acarrearían profundo cambios políticos en Roma: el fin de la Monarquía y el del segundo decenvirato respectivamente.
Ambas atesoran el ideal moral romano en especial ante el deshonor que podría suponer la infidelidad, pues la castidad era una de las virtudes centrales de la matrona romana . El adulterio, no solo era inmoral, sino que podía suponer causa de divorcio por suponer una «deshonra de la sangre» ya que arrojaría sospecha sobre la legitimidad de los hijos, siendo indiferente si la relación adúltera ha sido o no consentida.
Ambas historias guardan ciertas similitudes, si bien es Lucrecia la que tiene un papel más activo, cuyo comportamiento heroico digno de la mejor de las matronas romanas, no solo estará dispuesta a morir por defender el honor de su familia, sino que provocará la caída de la Monarquía, convirtiéndose en un símbolo y referente en la memoria colectiva frente a la amenaza del restablecimiento de los tan odiados reyes
Nos cuenta la tradición, recogida por Tito Livio (Ab Urbe Condita I, 57) que, en el año 509 a.C. durante el sitio contra la ciudad de Árdea, los jóvenes oficiales romanos de la nobleza, entre los que se encontraba el hijo del rey, Sexto Tarquinio, se pusieron a discutir acerca de la moralidad sus mujeres. Cada uno alardeaba de las virtudes de sus esposas y decidieron apostar. Para probarlo decidieron visitarlas por sorpresa y las descubrieron sumidas en suntuosos banquetes. Sin embargo, en casa de Tarquinio Colatino encuentran a su mujer, Lucrecia sentada junto al fuego, rodeada de sus esclavas, y tejiendo como se suponía debía encontrarse una mujer de su rango.
El hijo del rey, Sexto Tarquinio, se obsesionó con la belleza y recatado comportamiento de Lucrecia y días después, regresaría a la casa de Colatino. Valiéndose de su condición Lucrecia le dio su hospitalidad y le ofreció una habitación donde pasar la noche. Sin embargo, de noche Sexto se introdujo en la habitación de Lucrecia y la amenazó con matarla si no cedía a su desea, pero la voluntad de Lucrecia no cedió, pues el miedo a la muerte era menor al de ser infiel a su esposo, lo que significaba deshora para toda la familia. En aquel instante, ya impaciente, Sexto recurrió finalmente a intimidarla con una muerte deshonrosa: tras violarla, la mataría y pondría junto a ella el cadáver de un esclavo juntos y desnudos, de tal modo que todo el mundo crea que ha sido descubierta en pleno adulterio y justamente castigada.Ante esa perspectiva, Lucrecia solo puede ceder y, tras lograr su propósito, Sexto abandona la casa.
Aunque Lucrecia podía haber guardado el secreto, decide enviar emisarios a su padre y a su esposo, que llegaron acompañados de Publio Valerio y Lucio Junio Bruto, y les relata lo sucedido:
«Colatino, hay huellas de otro hombre en tu lecho; ahora bien, únicamente mi cuerpo ha sido violado, mi voluntad es inocente; mi muerte te dará fe de ello. Pero dadme la diestra y la palabra de que el culpable no quedará sin castigo»
Y aunque sus seres queridos intentan consolarla eximiendola de culpa, la noble Lucrecia opto sin dudar por el suicidio clavándose un puñal.
«…aunque a mí me absuelva el pecado, no me librará de la pena; ninguna mujer sin castidad alegará el ejemplo de Lucrecia”
Livo no cuenta que Bruto sacó el cuchillo de la herida de Lucrecia (…) y pronunció un juramento: “Por esta sangre, la más pura antes del indignante ultraje hecho por el hijo del rey,…”
El ultraje llevado a cabo no es solo contra Lucrecia y su familia, es una violación del mos maiorum, y por ello Bruto consigue sublevar a los romanos y expulsar a los Tarquinios. Así se acabó con la corrupta y abyecta monarquía en el año 509 aC, la cual será identificada a un modo de tiranía desde entonces, y supuso el origen de un nuevo régimen: LA REPÚBLICA ROMANA.
Lucrecia se constituye de esta forma, a pesar de negarse a escuchar y a obedecer a su esposo y su padre, en un ejemplo de las virtudes romanas, de esposa y de la fidelidad conyugal . Su cuerpo ha sido mancillado y la sangre profanada, solo la muerte la permitirá recuperar el pudor perdido y demostrar su fides y su castitas
Es una historia que ha atraído a artistas de todas las épocas y de todas las disciplinas. Contiene todos los ingredientes necesarios para dar rienda suelta a la imaginación, ensalza valores morales, despierta los sentimientos patrióticos y magnifica una trágica muerte por honor. En literatura, no se pudieron resistir ni Tito Livio, Ovidio, Virgilio ni Dionisio de Halicarnaso, a ellos nos acercamos como fuentes de lo acontecido. Ni escritores posteriores, en 1527 Hans Sachs escribió Lucrecia; William Shakespeare en 1594 escribió el poema La violación de Lucrecia; Pierre Du Ryer escribió su Lucrecia en 1638; Lucrecia también se titulaba la obra de Nicolás Fernández de Moratín de 1763; y otros escritores anónimos y conocidos también nos dejaron su versión sobre la misma historia. La música tampoco fue ajena a la leyenda y en 1706 George Friedrich Händel compuso su cantata Lucrecia; Leopoldo Cano y Masas compuso la ópera La muerte de Lucrecia en 1884; en 1946 fue Benjamin Britten con su ópera La violación de Lucrecia.
Los pintores,en especial, los renacentistas fueron los le dieron el protagonismo de sus obras, en ellas mostraron el desnudo femenino, unos pintaron el momento del suicidio Lucrecia apuñalándose, otros cuando ella les contaba a sus familiares lo ocurrido, cuando la encontraban ya muerta, o antes de que sucediera la violación, o el momento del juramento de Bruto, … He aquí algunos nombres: Alberto Durero, Tiziano, Giovanni Antonio Bazzi (Il Sodoma), Lucas Cranach el viejo, Sandro Botticceli, Joos Van Cleve, Master de Holy Blood, Guido Reni, Giulio Romano, Rafael, Jan Van Scorel, Paolo il Giovano, Tintoretto, Paolo Veronese, Lucca Giordano, Lucca Cambiaso, Simón Vouet, Artemisia Gentileschi, Rembrandt, Felice Ficherelli, Jean François de Troy, Gianbattista Tiepolo, Andrea Casali, José Madrazo, Eduardo Rosales, Casto Plasencia, etcétera.
Comentarios
Publicar un comentario