Sólo podemos comprender un pueblo y su historia cuando tenemos un conocimiento de la región en la que nació se desarrolló, y una idea clara del estado de su cultura en el momento de su expansión primera.
1.- Nacimiento y expansión
En el cénit de su poder los etruscos dominaban Italia desde la llanura del Po hasta la Campania. Pero, aun entonces, la Toscana seguía siendo el centro vital y el verdadero corazón de su imperio.
Esta hermosa región de bosques, rica en colorido, se extiende de norte a sur entre el Arno y el Tiber y está limitada por el este por el curso del Tiber mismo y por la cadena de los Apeninos.
La complicada cadena de los Apeninos produce una división de su territorio en regiones distintas, separando las costas del este de las occidentales, dividiendo y aislando las fértiles llanuras del país, la del Po, el Lacio y la Campania.
También la Toscana tiene estas características básicas, de forma exagerada. Los Apeninos introducen sus estribaciones en ella, y la región entera es una mera sucesión de colinas, valles y montañas, permitiendo situar habitaciones humanas solamente en limitadas llanuras que se extienden a lo largo de los ríos, junto a los lagos o en las costas.
En los tiempos modernos la unificación del país se ha conseguido solamente a través de grandes dificultades y en una época tardía. De manera parecida, la naturaleza dividida de la Toscana explica que las distintas ciudades etruscas preservaran siempre una auténtica autonomía y formaran un mero estado confederado unido por lazos bastante débiles.
Italia carece de grandes ríos; solamente el Po, al norte, es digno de tal nombre. Sin embargo en la Toscana hay ríos de alguna importancia, el Amo, el Chiani, un afluente del Arno, y sobre todo el mismo Tiber. Pero estos ríos son únicamente navegables en una parte de su curso y bordean el territorio etrusco sin penetrar en él demasiado. Algunos ríos cruzan la región diagonalmente antes de desembocar en el mar Tirreno. Pero son meros torrentes que discurren por zonas distintas sin unirlas.
El único eslabón que unifica es la costa, que se extiende unas 200 millas, y con sus numerosas bahías permite establecer puertos, de los cuales se pueden fletar expediciones a lugares cercanos y distantes.
Los etruscos se aprovecharon de los puertos naturales para desarrollar sus actividades martítimas. A los ojos del mundo antiguo obtuvieron así su reputación de sabios navegantes y temibles piratas.
Una región montañosa no es muy favorable a la agricultura, pero permitñia la ganadería y ramadería. Los bosques que en la antigüedad fueron más densos de lo que son hoy en día, favorecían la caza, mientras que en el mar y en los lagos -—que son amplios y abundantes a lo largo de toda la extensión del país— los pescadores obtenían éxitos constantemente, en su ocupación.
La caza y la pesca eran los deportes favoritos de los etruscos ricos; y confiaban en hallar en el otro mundo los placeres que les habían dado tanto entretenimiento en la tierra. Así en sus tumbas hallamos las armas y los objetos que usaron en tierra y en mar, y algunos de los frescos recuerdan sus hazañas cinegéticas.
Pero la auténtica riqueza de la Toscana reside en los depósitos minerales, que en los tiempos prehistóricos atrajeron sin duda a lös navegantes que iban a la búsqueda de un lugar para instalarse.
Los etruscos los explotaron intensivamente en el transcurso de su historia. Desde el norte de la región hasta las vecindades de Siena, las colinas conocidas hoy por Colline Metallfiere (Colinas metalíferas), contienen hierro, cobre, zinc y estaño en gran cantidad. El cobre unido al estaño producían el bronce que dio nombre a toda una Edad, y el hierro fue el material básico que dio nombre a la Edad del Hierro, en cuyo inicio florecerá la cultura etrusca.
Por lo que la extracción y el trabajo de estos metales (junto a la sal eran el petróleo de su tiempo) era una de las bases de la riqueza y poder de la nación etrusca.
¿Qué estadio de cultura y qué evolución general había alcanzado la Toscana entre el 2000 y el 1000 antes de J. C., cuando aparecieron los etruscos?
Hay indicios de una civilización de la Edad del Bronce, como en el resto de Italia, pero no fue particularmente brillante.
Hacia el 1000 antes de C., se desplegaron nuevas oleadas de invasores sobre la península, llevando consigo las técnicas de trabajo del hierro y lo usaron para someter a la población indígena a la esclavitud.
Durante esta primera Edad del Hierro, los centros habitados más importantes estuvieron una parte de ellos al norte de los Apeninos, en la llanura del Po y otra parte en una amplia área que corresponde al Lacio, a la Toscana actual y a la Umbria.
Hoy en día quedan pocos restos de las poblaciones e instalaciones Villanovense. Por otra parte la información facilitada por las tumbas es bastante amplia.
Generalmente, al menos hasta el 750 antes C., los villanovenses incineraban sus difuntos y depositaban sus cenizas en osarios que normalménte eran de forma bicónica.
Esta forma aparece ya en el 1000, en la cerámica de la Edad del Bronce. Luego es adoptada universalmente y se halla por doquier. El osario está hecho de cerámica sin cocer, que los italianos llaman impasto, una especie de arcilla mal cocida. Tienen una o dos asas, y están recubiertas por una pequeña copa vuelta hacia abajo. A veces esta copa se reemplaza por un yelmo con una gran cresta de bronce laminado.
La significación de este ritual se comprende de inmediato. La copa o el yelmo representan de una forma esquemática y cruda, la cabeza del difunto. Es el comienzo de una modesta estatuaria funeraria que, como veremos, florecerá más adelante en los cementerios etruscos.
Sin embargo, en el Lacio, y particularmente en la zona del Albano, las cenizas del muerto no se colocaban en una urna bicónica, sino en una de forma semejante a la choza de un pastor. De aquí el nombre de urna-choza.
Es evidente que la urna-choza se hizo sobre el modelo de una casa habitable. En estas humildes maquetas hallamos la verdadera imagen de las chozas que construyeron los primeros habitantes del suelo romano en las cumbres de las siete colinas; esos pastores sabinos o latinos alrededor de los cuales la tradición ha colocado una aureola legendaria.
Las primeras tradiciones sobre Rómulo y Remo ya hacen referencia a una vida sencilla de pastores y vaqueros primitivos.
Revelando los restos de los emplazamientos villanovenses, la arqueología nos ha permitido formar una clara imagen de los primeros estadios de la ocupación de las colinas de Roma.
Los osarios bicónicos o las urnas-chozas estaban en una especie de agujero excavado en la roca o algunas veces, en el suelo. Dentro de estos vasos funerarios —o a veces, junto a ellos— estaba colocada toda una serie de ofrendas. Para los hombres, eran sus armas, lanzas de bronce o de hierro, yelmos de bronce, dagas o espadas de hierro. Para las mujeres eran sus fíbulas, esas agujas y cierres de bronce que mantenían las ropas juntas. Estas fíbulas son extraordinariamente valiosas porque su forma, va variando según la época y, gracias a ellas, podemos datar todo el material descubierto.
Las tumbas de las m ujeres contenían también una amplia gama de objetos: placas y joyas de ámbar y bronce, peines, agujas, husos y todo lo que la difunta usaba en sus tareas cotidianas.
Desde este período primitivo, el culto funerario refleja una preocupación que reaparece constantemente en la antigua Italia; se quiere proveer al difunto con todo lo que usaba en vida, por si tiene necesidad de ello después de su muerte.
Para los hombres de la antigüedad la muerte no era un eclipse total; quienes habían muerto seguían llevando en la tumba una vida que tenía, desde luego, un ritmo más lento, pero que mantenía todavía las características de la vida terrestre.
Por ello tenían necesidad de ofrendas y sacrificios.
Durante mucho tiempo la decoración de los artefactos villanovenses de cerámica o bronce permaneció muy simple. Su inspiración es puramente geométrica y consiste en líneas rectas o quebradas, zigzags, triángulos y esvásticas.
Más adelante esos elementos, cuando están pintados o grabados, se hacen más ricos y más complicados.
Hacia mediados del siglo VIII antes de J. C., observamos una transformación de las costumbres y de los ritos.
El difunto ya no se incinera siempre, el rito de la inhumación aparece y gana terreno.
Además de la tumba-pozo hallamos la tumba-zanja, señalada en sus cuatro esquinas por piedras o cascotes; los objetos de bronce aumentan de número, y los vasos de bronce laminado, que conservan la antigua forma bicónica, se vuelven notables por su elegancia y la originalidad de sus grabados.
Los frascos achatados, de bronce, los yelmos, redondeados o puntiagudos, y los escudos redondos de bronce, recuerdan objetos y formas que se encuentran con frecuencia en la civilización egea del Mediterráneo oriental.
La figura humana, presentada de forma muy esquemática, se introduce como elemento decorativo. En todo eso descubrimos influencias extranjeras.
Desde el 750 antes de C., en adelante, los navegantes griegos comienzan a poblar las costas meridionales de Italia y las de Sicilia. Y es posible que hayan tenido contacto con los habitantes de las costas toscanas.
A finales del siglo, las modificaciones en la forma de los objetos y en la estructura arquitectónica de las tumbas se hacen más acusadas.
En el norte de Etruria, en Vetulonia y en Populonia, aparecen mausoleos monumentales, muy distintos de las humildes tumbas del período precedente.
Son grandes túmulos, hechos de tierra y piedras, con la tumba en su interior. Toman la forma de una cámara, con una cúpula o bóveda sobrepuesta, que está formada por la superposición de bloques de piedra, que sé extienden a lo ancho unos encima de otros.
Estas falsas cúpulas y bóvedas son los precedentes de las formas de la arquitectura clásica etrusca y romana.
Los monumentos de este tipo se vinculan estrechamente con edificios que se han descubierto en Asia Menor y en la cuenca del mar Egeo, de los años 2000 al 1000 antes de C. En cierta manera recuerdan las famosas tumbas de Micenas.
La fecha de su aparición en la Toscana, coincide con un nuevo tipo de civilización cuyas características orientales son obvias. Se suele denominar orientalizante. Este período señala el comienzo exacto de la historia etrusca propiamente dicha. Y tanto si aceptamos como si no la idea tradicional de una emigración de navegantes desde el Mediterráneo oriental, en todos sus aspectos, es algo esencialmente oriental lo que aparece sobre el suelo italiano.
LOS ETRUSCOS Y EL MAR
El pueblo etrusco aparece a los ojos del mundo antiguo
como una nación rica y poderosa, desde el comienzo de su
existencia, y tenemos la misma impresión hoy en día, cuando vemos los suntuosos objetos que colocaron reverentemente en las tumbas, junto al difunto en los siglos VII y VI antes de C. Las fibulae, collares, brazaletes y arcaicos
anillos de oreja revelan un arte de orfebres de exquisita
belleza.
Todas esas joyas maravillosamente trabajadas, son restos tangibles del esplendor que Etruria conoció desde los
comienzos de su historia.
Ese período coincide con el gran
período de la colonización griega en el occidente.
Las influencias orientales, primero fenicios y chipriotas, y después griegas, se muestran en las escenas que decoran las copas y los
vasos de plata dorada.
Aquí los temas están tomados en
préstamo del repertorio egipcio, mesopotámico y sirio, formando una complicada mezcla.
Como en todo el arte mediterráneo del período, los animales fantásticos —quimeras, esfinges y caballos con alas— ocupan un lugar im portante. Esto contribuye al aura de misterio que rodea los
productos de los artesanos etruscos.
Con estas creaciones
de origen local se mezclan numerosos objetos im portados
de fuera, de Cerdeña, Egipto o Siria.
Las abundantes riquezas de esas tumbas, que se han
llamado acertadam ente «tumbas de oro», muestran que
la prosperidad de los etruscos se había desarrollado con
sorprendente rapidez.
Las minas de cobre y de hierro existentes alrededor de Populonia, ya debían estar en explotación.
El país consiguió con ellas un gran poder mercantil que le permitía importar en gran escala el oro, la plata
y el marfil que necesitaban sus artesanos y artistas.
Para proteger este comercio necesitaban un poder marítimo suficiente para aceptar cualquier desafío. Y de hecho
los etruscos disfrutaron de una supremacía que imponía
respeto en los mares occidentales.
Fue un período en el
que los industriosos pueblos del mundo oriental, los griegos y fenicios, se pusieron en marcha hacia las distantes
y todavía salvajes,regiones de Occidente, en busca de centros comerciales, mercados y riquezas.
Los depósitos minerales de España, Cerdeña e Italia fueron un rico filón.
Fue entonces cuando en las costas de Italia, Sicilia, Africa
y España, nacieron poderosos estados.
Los griegos y los
fenicios establecieron bases sólidas destinadas a tener un glorioso y venturoso futuro.
En esta vasta arena comenzaron fieros combates por la conquista de las materias primas, un combate que ya prefigura el debate de los grandes
imperios modernos.
Durante siglos los griegos y los fenicios se enfrentarán como rivales y este choque precede la
lucha decisiva por el poder que m antendrán Roma y Cartago.
Fue en ese turbulento mundo de pioneros y aventureros que comenzó la gran aventura etrusca.
Carecemos de
muchos detalles que podrían arrojar luz sobre ese pasado
remoto. Tanto los textos como la arqueología, no dejan
lugar a dudas de que los etruscos fueron un gran poder
marítimo.
En frente suyo estaban los marinos de Grecia
y de Cartago.
Los textos griegos citan con frecuencia el poderío naval de los etruscos. Los describen, quizá con cierto
rencor contra viejos enemigos, como una fuerza pirata
dirigida por terribles corsarios.
El himno homérico a Dionisos recuerda el audaz rapto del dios por los piratas tirrenos, a los cuales con su poder mágico transformó en
delfines.
Plutarco relata el rapto de la mujer de Brauron,
en el Atica, por los etruscos, quienes intentaron, además,
llevarse la estatua de Hera de Samos.
Y sus razzias sobre
las costas griegas de Italia y Sicilia eran innumerables.
Pero no debemos tener demasiado en cuenta los asertos de los irritados contra sus rivales, si queremos entender correctamente la política naval de la joven Etruria.
Primeramente se fijaron en la isla de Elba, un gran centro
de producción de hierro, y sus marinos pronto fueron capaces de ocuparla.
Las islas mayores de Córcega y Cerdeña
ofrecían puertos numerosos y acogedores a los barcos
que emprendían rumbo a tierras distantes.
Cerdeña fue
asiento de una antigua civilización, afamada por sus construcciones ciclópeas, los nuraghi, y por sus extraños y pequeños bronces fusiformes que, cosa curiosa, son muy modernos. Las relaciones comerciales entre los etruscos y los
sardos comenzaron muy pronto, como lo prueban los objetos de factura sarda descubiertos en la necrópolis de
Vetulonia.
Ambos pueblos poseyeron diestros artesanos del
bronce y desarrollaron sus actividades metalúrgicas en líneas paralelas. En cuanto a Córcega, iba a ser la presa de
una cruel batalla entre los griegos y los etruscos.
Los marinos y los mercaderes etruscos comerciaron en
regiones en las que aun hoy hay trazas de su paso; las
costas de la Provenza y de España, desde Marsella hasta
Cataluña, las costas de Africa y las playas de Grecia.
Esta
rápida expansión marítima condujo a un dominio completo del Tirreno por parte de los etruscos, a lo que los
griegos llamaron la talasocracia etrusca.
Este dominio del mar
fue obra de las ciudades costeras, Caere, Tarquinia, Vulci,
y más al norte, Vetulonia y Populonia.
Pero la armada etrusca se encontró con dos poderosos
adversarios que le cerraban el paso.
Un número cada vez
mayor de griegos se estaba estableciendo en las costas de
la Campania y de Sicilia, llevados allí por un vasto movimiento colonizador que iba a tener gran influencia en el
futuro de Occidente.
Los fenicios de Cartago, por su parte,
extendían su zona de influencia a las costas occidentales
de Sicilia, y más cerca de la Toscana, a las playas occidentales y meridionales de Cerdeña, donde hallaron ciudades
como Cagliari, Sulci y Nora.
Los tres grandes poderes marítimos del Mediterráneo occidental tenían demasiadas ambiciones en común para poder continuar su expansión sin
chocar.
En el siglo VI las hostilidades y las alianzas tomaron forma.
De hecho fue entonces cuando los colonizadores griegos de la costa del Asia Menor, abandonando las superpobladas regiones de Sicilia y de Italia del sur, se dirigieron hacia las costas orientales de España y de la Provenza
donde fundaron Antibes, Niza y sobre todo, Marsella.
Los etruscos se vieron copados por los griegos tanto por
el norte como por el sur, y quisieron librarse de ese movimiento envolvente, que se haría más insoportable cuando, a mediados del siglo VI aC., los griegos, saliendo desde sus
nuevas posesiones de la costa ligura fundaron Alalia, en la
costa oriental de Córcega y quizás también Olibia, al norte
de Cerdeña.
Todo ello coincide con la llegada a esas regiones de refugiados foceos, que huyen de la dominación persa en el Asia Menor.
Etruria decidió hacer frente a su peligroso enemigo.
Aceptó la penetración cartaginesa en Cerdeña, como un
hecho consumado, aunque en el fondo no le gustase en absoluto, y concluyó un tratado de alianza con Cartago, que
fue renovado luego varias veces.
Sus cláusulas eran de
gran importancia; se referían al comercio, al respeto de
Jas conquistas mutuas y a una alianza militar.
Córcega permanecía dentro de la esfera de influencia etrusca; Cerdeña, bajo la cartaginesa. Aristóteles en su Política, menciona esta formidable alianza contra el helenismo.
El choque no tardó mucho en llegar. Hacia el 540 antes de J. C., las
naves griegas atacaron las flotas aliadas etrusca y púnica.
Según la narración de Herodoto, los griegos empujaron a
sus enemigos hacia la retirada.
Pero, en realidad, seguramente fueron derrotados, pues casi de inmediato abandonaron Córcega, territorio que fue rápidamente ocupado
por los etruscos, que fundaron una nueva ciudad que
llamaron Victoria.
De esa manera la flota etrusca mantenía su supremacía en el Tirreno septentrional.
Pero el
gran vencedor de la batalla fue Cartago, ciertamente.
Protegía efectivamente sus líneas de comunicación, que le llevaban la plata de España y el estaño de Gran Bretaña.
Tenía un firme apoyo en un punto vital, el estrecho de
Gibraltar.
Y pronto llegó a considerar el mar entre España, Cerdeña y Africa como de su exclusiva propiedad. Mientras seguía el duro duelo entre Cartago y Grecia por la
posesión de Sicilia, Etruria perdía la posibilidad de extender sus caminos marítimos y, en la limitada zona a ella
reservada, encontraba dificultades para preservar su situación debido a los renovados ataques de las naves griegas.
En el siglo v, la talasocracia etrusca desapareció y aun las
posesiones continentales etruscas estuvieron seriamente
amenazadas.
Los siglos VII y VI fueron el período efímero
de la supremacía de Etruria sobre la península itálica. Empezaría la hegemonía continental etrusca que culmina con la conquista de Roma y el fin del mundo etrusco.
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