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Hegemonia continental de Etruria

 Los reyes etruscos de Roma

    Contrariamente a los griegos, que limitaron sus posiciones de Italia a las ciudades costeras y los territorios circundantes, los etruscos penetraron profundamente en Italia. 

La Toscana no satisfizo completamente sus ambiciones.

   

 Durante el siglo VI  a . C. ocuparon considerable parte del valle del Po en el norte, y en el sur el Lacio y la rica llanura de la Campania.  

 

Esos piratas de los mares del oeste fundaron un vasto imperio en tierra firme y casi alcanzaron la unificación de toda Italia.

  En los tiempos romanos la gente recordaba ese período de hegemonía etrusca.

 Tito Livio recuerda estas páginas gloriosas de su historia. 

La penetración etrusca habría podido ir más al este, a través de los Abruzzos, hacia las costas del mar Jónico. Pero al este del Tiber, una nación itálica ofrecía un obstáculo difícil de superar. Los umbríos estaban firmemente aposentados en una región que luego ha tomado nombre de ellos y en esta dirección del curso del Tiber, permaneció siempre la frontera etrusca. 

 

  Los vastos territorios al norte de los Apeninos estaban, por otra parte, ocupados solamente por unas pocas tribus, mal armadas para oponerse a la entrada de un ejército regular por el valle del Po. Los mercaderes etruscos ya habían reconocido este fértil valle, a través del cual podían comerciar con las poblaciones transalpinas y establecer contacto con las tribus de Germania y la Galia.

 

 Sus relatos condujeron a los etruscos al otro lado de la cadena de los Apeninos Tusco-Emilianos allá por la segunda mitad del siglo VI a. C., 98 y comenzaron entonces la conquista metódica del país. Primeram ente ocuparon Bolonia, en etrusco Felsina, que rápidamente se convirtió en una gran ciudad etrusca y fue el centro del nuevo imperio del norte. 

 Su importancia se incrementó cuando los etruscos, habiendo alcanzado el Adriático, fundaron allí factorías comerciales. Después de la ocupación de Ravenna y Rimini, se fundó Spina en una de las bocas del Po.  La riqueza de sus necrópolis da testimonio de su opulencia durante el siglo v. Gran parte del comercio con las costas del Adriático y con la misma Grecia, pasaba por esa nueva colonia.

  Había aproximadamente una docena de grandes ciudades etruscas en el valle del Po, y seguramente formarían una federación como la de sus ciudades fundadoras en Etruria. 

 

Fue gracias a su riqueza que las relaciones entre la Toscana y las regiones del norte, hasta hacía poco semisalvajes, pudieron desarrollarse. 

 

 Al norte de los Alpes, sobre todo en Burgundia y en Suiza, se han descubierto innumerables bronces y objetos de oro, que datan de ese período

 

Los mercaderes etruscos se convirtieron así en los intermediarios entre los pueblos celtas de más allá de los Alpes y los griegos, cuyas obras de arte adquirían de las ciudades de Grecia y de la Magna Grecia, a cambio sin duda de sus buenos oficios como mediadores en la entrada del estaño. 

 

Igualmente la penetración helénica en el mundo celta, parece que se realizó, aparte de la ruta directa por Marsella y siguiendo el curso del Ródano, por una ruta indirecta a través de los Alpes utilizando a los etruscos como intermediarios

 

Quizás la ruta del Danubio jugó también algún papel.

 

 De todas m aneras la influencia greco-etrusca en la civilización celta a finales del período de Hallstat y comienzos del de La Téne no es despreciable. El tesoro descubierto recientemente en la tumba de una princesa en Vix, cerca de Dijon, contiene una gran  variedad de material, griego, etrusco y celta. 

 

Los objetos griegos, especialmente la inmensa cratera o vaso para vino, de bronce, que se manufacturaría en una ciudad de la Magna Grecia, llegó hasta Burgundia gracias al comercio organizado por los mercaderes etruscos

 

Las ambiciones territoriales etruscas no se limitaban al norte de la península. 

 

Un impulso semejante les llevó hacia las llanuras del Lacio y la Campania; y así su poder se afirmó por el sur de la Toscana desde el final del siglo VII y durante todo el siglo siguiente. 

 

Esto produjo un impacto decisivo en la historia de Roma, y el destino de Occidente iba a quedar profundam ente afectado. 

 

Los pueblos latinos formaron una confederación de carácter esencialmente religioso

Roma, que por aquel entonces era solamente una pequeña ciudad sin gran importancia política ni militar, era uno de los miembros de esta liga. 

 

 La poderosa E truria podía mantener su dominio sobre todas las tribus del Lacio sin gran dificultad, y sus soldados se establecieron en la misma Roma, cuya situación era de especial importancia para ellos.

   Situada en una altura discreta, aunque escalonada en colinas sobre el Tiber, a unas diez millas de su desembocadura, Roma era un punto estratégico fácilmente defendible. Era de importancia primaria para los etruscos poseer firmemente en su poder este lugar. Las tradiciones han conservado recuerdos precisos fie los etruscos en Roma; la dinastía toscana de los Tarquinios se dice que reinó desde el 616 al 510 a. C,

  La historia tal como la narran los autores antiguos es como sigue: en el reinado de Anco Marcio, un rey latino, un rico habitante de la ciudad etrusca de Tarquinia, llamado Lucumón, se aposentó en Roma. 

  La esposa de Lucumón era una etrusca de noble cuna llamada Tanaquil. La llegada de la pareja a Roma estuvo señalada por un presagio significativo. Un águila planeó sobre el Janiculo y arrebató el sombrero e Lucumón; luego voló en círculo alrededor del carro de los recién llegados y finalmente volvió a depositar el sombrero sobre la cabeza de su dueño, que lo recibió con gran contento. 

 Tanaquil aceptó este presagio divino con alegría. Para ella indicaba claramente que los dioses depositaban las más altas esperanzas en su esposo. Lucumón se instaló en Roma y tomó el nombre de Lucius Tarquinius Priscus, Tarquinio el Viejo. Gracias a su savoir faire y a su oratoria persuasiva, tuvo éxito y se hizo elegir rey a la muerte de Anco Marcio. En esta sorprendente historia hallamos ciertos rasgos característicos de los métodos adivinatorios etruscos. 

 Observemos con mayor detalle la reacción de Tanaquil, que, según Livio, era versada en la ciencia de los oráculos divinos. Según ella todos los detalles animaban a Lucumón a las más altas esperanzas : la naturaleza del ave que había intervenido providencialmente, la región del cielo de la cual había descendido, la identidad del dios del que era m ensajera —Júpiter, el rey de los dioses y el águila la reina dé las aves—, finalmente, la parte del cuerpo, precisamente la cabeza, la parte más noble del hombre. 

 Nos damos cuenta de la im portancia dada —de acuerdo con los métodos etruscos de interpretación de los augurios— a la dirección de la cual vino el presagio y la relación establecida entre los factores puramente m ateriales y el valor moral que se les atribuye. Las llamas que, cuando era niño, rodeaban la cabeza de Servio Tulio, predecían su ascensión al trono después de la m uerte de Tarquinio el Viejo, y la cabeza humana, completamente preservada, que se descubrió al construir los tiranos etruscos el templo de Júpiter Capitolino, eran prodigios de la misma naturaleza y presagiaban la grandeza del hombre y del santuario respectivamente. 

 

Seis siglos más tarde, un milagro si ilar anunció la grandeza futura de Octavio, el que había de ser emperador. Nos cuenta Seutonio que un águila descendió y tomó el pan que tenía en su mano, y luego amablemente se lo restituyó. Así, los etruscos, desde su primera aparición en suelo romano, llevaron consigo las concepciones y técnicas adivinatorias tan apreciadas en la región de la que habían venido.

  De hecho fue la civilización etrusca en su totalidad que se estableció en las siete colinas

 

El nombre de Lucumón, que Tito Livio toma como el nombre del rey, no es, de hecho, el de un individuo. Para los etruscos significa la cabeza suprema, el señor.

 

 Cada ciudad de la confederación etrusca tenía su lucumón. Nos damos cuenta también de la ingenuidad del relato cuando Lucumón cambia su nombre por el de Lucius Tarquinius Priscus, es decir, Tarquinio el Viejo. El apellido Priscus debió ponérsele más tarde, para distinguirle de su hijo y sucesor. 

Se dice que Tarquinio el Viejo era hijo de un griego de Corinto, llamado Demaratus. Esta tradición  recuerda la influencia ejercida hacia el siglo VI por Grecia sobre Etruria, y especialmente por la ciudad de Corinto del Peloponeso. 

 

 

La realeza etrusca está representada en la tradición romana (los famosos siete reyes romanos fueron ,Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio, Anco Marcio, Lucio Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio) solamente por tres personas, Tarquinio el Viejo o Prisco y su hijo Tarquinio el Soberbio, entre los cuales estuvo Servio Tulio, un hombre sin antepasados. 

 

Pero este último también se situó como un gran monarca etrusco

 

 

El emperador Claudio en el discurso que pronunció en el año 48 de la Era Cristiana, que se conserva grabado en una tablilla descubierta hace poco en Lyon, nos cuenta que el etrusco Servio Tulio se llamaba Mastarna. Ahora bien, los frescos de la tumba François en Vulci nos muestran a dos hermanos, Aulo y Celio Vibenna luchando al lado de un jefe llamado Mastarna, contra otro guerero que la inscripción llama el romano Cneo Tarquinio. De esta manera la leyenda en su versión etrusca nos muestra a los tres re­yes etruscos de Roma como condottieri, cuyas guerras reflejan la hostilidad mutua que las ciudades etruscas mantenían entre sí.  

 

Quizás el reinado de Servio Tulio es una prueba de un triunfo temporal de Roma sobre los jefes de la poderosa lucumanía de Vulci. Un bucchero recientemente descubierto que data del período en cuestión, lleva el nombre de Aulo Vibenna y confirma la historicidad de los protagonistas de la tradición. 

 

Livio exagera la importancia de las medidas políticas y militares tomadas por los reyes toscanos, su conquista de las ciudades del Lacio y sus vastos programas de construcción de edificios para las necesidades civiles y religiosas

 

Algunas de las medidas que atribuye a este período están datadas demasiado pronto; pero la esencia de sus relatos está confirmada por los resultados de las excavaciones practicadas en Roma. 

 

 

Antes de los etruscos, Roma era más un conjunto de poblados que una ciudad real. 

 

 

Los etruscos hicieron de ella una ciudad, comparable a las capitales reales de Etruria meridional. En esta época se construyó una muralla exterior de piedra tufa del lugar alrededor de las siete colinas para asentar su defensa. Esta muralla exterior, con su vasto perímetro, se reconstruyó después de las invasiones de los galos en el 378 a. C. 

 

Los Tarquinios instalaron un sistema de drenaje efectivo —la Cloaca Máxima— que transformó la llanura cenagosa del Foro e hizo por primera vez posible la reunión en un lugar de la Asamblea Popular. 

 

Los imponentes cimientos que aún perduran en el Capitolio, en los basamentos del Museo dei Conservatori, son los restos tangibles del famoso tem ­ plo dedicado a la tríada Capitolina por los Tarquinios, en los últimos años del siglo VI a. C. Según la costumbre etrusca el santuario comprendía tres cámaras sagradas, tres cellae, dedicadas a Júpiter, Juno y Minerva, que eran adorados allí bajo sus nombres etruscos. 

El plano triple del santuario fue respetado luego en las reconstrucciones posteriores del templo en el período romano. 

 

Cuando Roma establecía innumerables colonias en las provincias de su imperio, en el centro de esas ciudades se construía un santuario capitalino, réplica del venerable edificio que debían a la ciencia y el arte de los arquitectos de los Tarquinios.

 

 

 La realeza etrusca introdujo en Roma todos los signos externos que en las ciudades etruscas denotaban a los ojos del pueblo la gloria y el poder de los lucumones.

 

 Los Tarquinios ostentaban la corona de oro, el anillo dorado y el cetro. Su vestido ceremonial era la toga palmata, y los lictores que abrían las procesiones llevaban sobre sus hombros los impresionantes fasces como signo del poder ilimitado del Príncipe. Los fasces estaban hechos de varillas para azotar y de un hacha, y eran un arma de ceremonia y un símbolo del poder religioso y político del jefe. Este símbolo material del poder soberano lo tomó Roma después de los Tarquinios y a comienzos del régimen republicano. 

 

 

Entonces se atribuyó a los cónsules, que ejercían el poder durante un año solamente, con poder supremo sobre las legiones, lo que hacía desaparecer el peligro de un retomo a la monarquía. 

 

De manera similar, el triunfo celebrado después de una victoria sobre los enemigos de Roma, reproducía, a lo largo de toda la historia de Roma, el rito religioso practicado por la realeza etrusca cuando sus enemigos estaban fuera de combate

 

Durante esta solemne procesión que terminaba en el Capitolio, con un sacrificio a Júpiter, el comandante, permaneciendo en su carro de guerra y dirigiendo su cortejo de prisioneros y soldados, se identifica ba a sí mismo temporalmente con la deidad suprema. 

 

 

La posición de los etruscos en el Lacio, les permitió volver sus ojos codiciosos hacia las fértiles tierras de la  Campania. Esta comarca, fértil y hospitalaria, ofrecía grandes posibilidades para el desarrollo de la agricultura. 

 

Las tribus nativas - ausones y ospicios- que estaban étnicamente y en cuanto a las costumbres, emparentados con los latinos, eran, en comparación, pocas tribus en número y no podían ofrecer una resistencia seria ante el invasor. 

 

Los griegos, que se habían instalado firmemente en sus costas, no habían penetrado mucho hacia el interior. 

 

De este modo la conquista de los etruscos fue literalmente una ocupación de la tierra. 

Ésta se dividió entre los nuevos colonos de acuerdo con los antiguos principios de división de la tierra, en forma de porciones, formando cuadros claramente señalados. Los etruscos tenían de hecho unos conocimientos de medición bastante amplios y los agrimensores romanos, algunos de cuyos escritos nos han llegado, aprendieron a su vez los principios que yacían tras esa antigua técnica. 

 

La división de Italia y de las provincias romanas en cuadros, de 710 metros de lado, que en algunas zonas y sobre todo en el Norte de Africa nos ha revelado la fotografía aérea, nos deja estupefactos por su extraordinaria extensión y su perfecta geometría, y es una herencia de los etruscos

 

 

En la Campania los etruscos fundaron numerosas ciudades que formaron una confedéración estrechamente vinculada a la región madre.

 

 La principal de ellas fue Capua, que se construyó de acuerdo con las normas usuales, en el centro de una región dividida como un tablero de ajedrez. El río Voltumo la ponía en comunicación directa con el mar y esto favoreció el desarrollo de sus relaciones comerciales.

 

 Nola, Acerra, Nocerra, eran otros centros prósperos e importantes.

 

 Una expansión de esta naturaleza en el interior de 1a Campania fue ciertamente una nueva fuente de conflictos con los griegos. Podemos imaginar el peligro por la presencia del enemigo hereditario en su retaguardia. Para los numerosos puestos comerciales que los helénicos tenían a lo largo de la costa, e incluso, para la poderosa ciudad de Cumas, cuya fundación se rem onta al siglo V a. C., su proximidad constituyó una amenaza constante. 

 

E ra inevitable que se iniciaran las hostilidades entre los dos rivales. Los etruscos pretendieron instalarse en la costa y traficar con Cumas, su rival más poderoso. Pero sus esfuerzos, que bien pudieran haber sido decisivos, no tuvieron éxito

 

 

Una gran expedición, en la cual los etruscos unieron a sus propias fuerzas los contingentes locales que reclutaron en la distante Apulia, fracasó delante de las m urallas de Cumas, debido a la tenaz resistencia que opusieron los griegos, a quienes m andaba un jefe enérgico: Aristodemo.

 

 

El año 524 marcó el hundimiento de las esperanzas de los etruscos para la conquista completa de la Campania.

 

 

 Los etruscos aparecieron más tarde en otro punto de la costa; no obstante, a través del valle Sarno, controlaron durante algún tiempo Pompeya, Herculano y Sorrento. 

 

Ocuparon también el golfo de Salerno.                                                                                                          El río Silaris era el límite extremo de su expansión hacia el sur.

 

 En el otro lado se extendía una región ocupada en su totalidad por los colonizadores griegos.

 

 Pero el imperio forjado por los etruscos a fines del siglo VI era ya muy extenso, y bien pudieron pensar que les sería posible la unificación de la península en beneficio propio. 

 

 No obstante, la fortuna en la guerra decidió los asuntos de otra manera. Desde el siglo v en adelante la estructura que ellos construyeran con tanta rapidez y a una escala tan amplia, empezó a experimentar un período difícil. 

 

La historia de esta declinación progresiva se vio acompañada de los progresos de Roma y de sus legiones. Duraría cerca de doscientos cincuenta años, hasta la sumisión de toda la Etruria al águila romana. 

 

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