La estirpe de los monos antropoides, suborden de los primates a la que pertenecemos, debió originarse en América del Norte o Eurasia hace unos 40 millones de años.
A partir de algún ancestro común, se dividió en dos infraórdenes, la de los platirrinos o monos del Nuevo Mundo, y la de los catarrinos o monos del Viejo Mundo.
Ambas líneas se separaron, al desaparecer temporalmente el istmo que unía América del Norte y América del Sur.
En épocas más recientes, los platirrinos han permanecido en la América meridional, mientras que los catarrinos se desplazaron al continente africano, donde todavía podemos encontrarlos. De la línea africana procedemos los grandes simios y los hominoideos.
El término platirrino significa nariz plana. Las fosas nasales están en los monos americanos más separadas y orientadas hacia adelante. Estos monos poseen también un par de premolares más que sus parientes africanos o que nosotros mismos.
Algunas especies de platirrinos están dotadas además de un quinto miembro: una cola larga, prensil y bien dotada muscularmente, que es capaz de enroscarse en las ramas y soportar todo el peso del cuerpo. El primer platirrino del que se poseen pruebas fósiles es Branisella, que habitó en la región de la actual Bolivia hacia principios del Oligoceno. Era un arborícola de unos 40 cm. de longitud, con rasgos muy primitivos, que le sitúan cercano a los omómidos que dieron origen a ambas infraórdenes.
Tremacebus, fue bastante posterior. Vivió en la zona de la actual Argentina a finales del Oligoceno. Debió alcanzar un metro de longitud, y tenía una morfología ya bastante aproximada a la de los modernos monos americanos. Algunos paleontólogos dieron a Tremacebus el sobrenombre de Homunculus, por su forma humanoide en miniatura. Sus hábitos eran nocturnos, y se alimentaba de frutas e insectos. Los hallazgos de fósiles de esta especie se concentran en la Patagonia, región cuya latitud ya entonces, hacía rara la presencia de árboles, por lo que este curioso y vagamente humanoide Tremacebus, debió llevar una existencia llena de dificultades.
En cuanto a los catarrinos o monos del Viejo Mundo, lo mismo que los simios y los humanos, se caracterizan por sus fosas nasales muy juntas y orientadas hacia abajo, un par de premolares menos que sus primos de América, y la presencia de un canal óseo en la región temporal del cráneo, dirigido hacia el tímpano.
Constituyen la familia de los cercopitécidos o cercopitecos. En ellos la cola no es prensil, siendo a veces reducida e incluso vestigial o inexistente.
En general, suelen tener cola las especies que llevan una vida arborícola, puesto que, aunque no sea prensil, facilita el equilibrio. Por el contrario, quienes han adoptado hábitos más terrestres, suelen carecer de cola.
Entre los catarrinos fósiles sobresale Mesopithecus, un mono de unos 40 cm. que vivió en Grecia y Asia Menor desde finales del Mioceno hasta finales del Plioceno.
Era muy parecido a los macacos actuales, y hay quien le considera antepasado directo de los modernos langures. Su principal alimentación eran las frutas y las hojas tiernas, y sus costumbres debían ser diurnas y adaptadas a una gran variedad de hábitats. Llama la atención la finura de sus extremidades y la extraordinaria longitud de sus dedos.
El Theropithecus, un mono grande (de 1,2 m.) bastante similar a los actuales babuinos, que habitó el este y el sur de África desde mediados del Plioceno hasta época muy reciente. Su hocico se alargaba frontalmente y su alimentación debió ser extraordinariamente variada, prácticamente omnívora. Su medio natural era la sabana, donde caminaría a cuatro patas, si bien llegado el caso, sería capaz de trepar con gran agilidad. Su prominente cresta ósea craneal habla a favor de una mandíbula muy poderosa. Sus restos se han encontrado en Tanzania, en la célebre garganta de Olduvai, y no se descarta que conviviera con los homínidos primitivos que al parecer también frecuentaron esa región.
En tal caso, uno de estos baduinos puede que se cruzara con Lucy en algún momento hace más de dos millones de años.
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