Las división entre Prehistoria e Historia viene dada por un hecho único: la introducción de la escritura.
Las sociedades entran en la Historia cuando aparecen documentos escritos, lo anterior a ese periodo donde los documentos para su estudio son restos fósiles o materiales es lo que se ha convenido en llamar Prehistoria.
Obviamente ambos son conceptos y como tales los usamos para facilitar el estudio de la historia, no como algo que exista más allá del método.
La Prehistoria es una ciencia no exacta, sujeta a cambios constantes, pues basta un hallazgo arquelológico para echar por tierra explicaciones consideradas como válidas hasta entonces.
Los nuevos métodos de datación basados en el ADN han permitido datar con mucha mayor exactitud los fósiles hallados y estudiar los llamados halogrupos y ver lo que hay en nosotros de aquellos primitivos humanos.
Fue en el siglo XIX, el llamado Siglo de las Luces por la burguesía triunfante, cuando cristalizará de forma evidente la ciencia prehistórica con la publicación en 1859 del libro El Origen de
las
Especies de Ch. Darwin, o el descubrimiento de la cueva de Altamira por
M. Sanz de Sautuola en 1879, aunque el reconocimiento de su antigüedad no
se produjera hasta mucho más tarde.
La Prehistoria es un concepto y una disciplina histórica y la podemos definir como una ciencia porque utiliza, como veremos, un método científico y
como historia, porque su fin último es conocer al Hombre en su etapa más
primitiva.
Sin embargo hay quien, como G. Daniel, opina que la Prehistoria
no ha sido siempre una disciplina histórica: sólo recientemente ha sido consciente de que su misión era hacer Historia y no clasificar objetos antiguos.
Alude, así G. Daniel, a la época del coleccionismo y de las periodizaciones y
dataciones a ultranza, cuya formulación llegó a ser obligatoria para todo
prehistoriador.
M. Almagro Basch, en su obra "Introducción a la Prehistoria y Arqueología de campo" hacía hincapié en que “ni por el método ni por el objeto ni por los
fines alcanzados es lógica ya, ni conceptualmente válida, la división entre Prehistoria e Historia aunque debamos seguir aceptando tal separación, bien delimitada por las fuentes que ha de utilizar el prehistoriador y el historiador”
En realidad, el término Prehistoria es equívoco, si atendemos al objeto mencionado como estudio de la Historia. De ahí que Leroi-Gourhan hable a menudo
de “la Historia antes de la escritura” para aludir a las etapas prehistóricas.
Surge, así, el concepto clásico de Prehistoria que abarca, cronológicamente, el estudio del período de la vida humana anterior a la aparición de las fuentes escritas y en este sentido la Prehistoria supone el 99% del transcurso de la historia del Hombre sobre la Tierra.
La primera cuestión que plantea la Prehistoria es su inicio, lo cual enlaza con el problema del origen de la especie humana
seleccionando los criterios que podrían permitir el calificar de humano a un
antropoide.
G. Clark el punto de partida es la aparición en el registro arqueológico de utensilios o
instrumentos hechos conforme a modelos normalizados.
Es el comienzo de
una evolución continua que no sólo lleva a la tecnología moderna, sino, lo que
es más importante, simboliza el mundo del Ser Humano en el cual lo cultural fue
superando cada vez más a la herencia genética como factor de control.
El límite superior de la Prehistoria se ha prestado también a múltiples teorías.
La más comunmente admitida, es la que sitúa el final de la época prehistórica en la aparición del testimonio escrito y el comienzo, por tanto, de la Historia Antigua.
I. Gelb: “La escritura, entendida como sistema
de intercomunicación humana por medio de signos convencionales visibles,
supuso una auténtica revolución en la comunicación al superarse las limitaciones que presentan otros tipos de comunicación (visual, auditiva, táctil) de claras limitaciones en el tiempo y el espacio”.
Ahora bien, el criterio de la aparición de la escritura presenta un grave
inconveniente: no existe un desarrollo histórico uniforme en la Antigüedad
“prehistórica”; es decir, la escritura aparece con un desfase manifiesto en los
diversos ámbitos geográficos, lo que proporciona un límite móvil.
Solo se han documentado fuentes escritas desde no más de 5.000
años en total de seis millones de "historia" del ser humano sobre la faz de la Tierra.
Hay todavía territorios que no conocen la escritura ¿Son prehistóricas estas culturas del siglo XXI? a
Lugares de Australia, Nueva Guinea o Brasil,
siguen fuera del ámbito de la historia escrita, hasta hoy mismo.
Un segundo criterio delimitador del techo superior de la Prehistoria ha sido
el de la aparición de la agricultura, de la sedentarización, de los inicios de la
diferenciación económica y social, en definitiva, el de la revolución neolítica.
Pero también es dificil a veces señalar los inicios de la agricultura
y de la domesticación en muchas áreas, con lo que los límites se presentan tan
imprecisos o más que en el caso de la aparición de la escritura.
Un tercer criterio, muy generalizado hoy entre prehistoriadores e historiadores, es el de finalizar el ámbito cronológico de la Prehistoria en la Edad del Bronce con la aparición de la metalurgia.
Entre los prehistoriadores partidarios
de este criterio hay que situar a investigadores como A. Leroi-Gourhan, cuyo
manual de "Prehistoria termina con el Neolítico"; dentro de la línea marxista de la historia, defiende que es en esta fase donde se desarrolla la raíz
de la lucha de clases.
Sin embargo, también los inicios de la metalurgia y la revolución social
que conlleva se dan con un desfase manifiesto en los diversos ámbitos, tal como
demuestra claramente la arqueología.
Los tres criterios expuestos son, en realidad, inseparables.
La intensificación de las divisiones sociales del trabajo suele ir unida en la historia a la aparición de la escritura y en general a lo que llamamos civilización.
La escritura existe solamente
en una civilización y hoy en día se considera impropio hablar de una civilización sin la presencia de la escritura.
Por ello el antiguo término de “civilización
del vaso campaniforme” ha sido sustituído por el de “cultura”, “fenomeno” u
“horizonte” campaniforme.
Prehistoria, Protohistoria, Parahistoria.
Es necesario, asimismo, definir otros conceptos al tratar el tema de la delimitación espacio/temporal de la Prehistoria.
El límite cronológico superior
podría quedar fijado por el término Protohistoria
Según la clásica definición
de Vayson de Pradenne comprende “aquella parte que se refiere a pueblos sobre
los que se poseen informaciones por intermedio de vecinos que habían alcanzado el período histórico, mientras que ellos no poseían aún la escritura”.
Otro concepto a tener en cuenta es el término acuñado por Narr, de “Parahistoria”. Según este autor es el período que engloba a todas las culturas ágrafas
contemporáneas de otras que poseen escritura, independientemente de que tengan o no contacto con ellas.
De este modo todas las culturas precolombinas
posteriores a la aparición de la agricultura son parahistóricas respecto a las
culturas europeas.
En Europa Hawkes define como período parahistórico aquel
en el cual los materiales arqueológicos pueden fecharse por relaciones directas
con culturas históricas.
Así, en Europa occidental se entraría en la Parahistoria
en torno al año 2.000, fecha en la que se datan con facilidad materiales importados desde las culturas históricas de Próximo Oriente.
En la América anglosajona los límites espaciotemporales de la Prehistoria
se resuelven con la adopción de una disciplina global que lleva el nombre de
“Antropología cultural”. Su objeto es estudiar los orígenes e historia de las
culturas humanas, su evolución y desarrollo, su estructura y funcionamiento
en todo lugar y tiempo. Trata de la cultura en sí, tanto de la prehistórica como
de la actual.
En Francia A. Varagnac propuso a finales de los años cuarenta el establecimiento de una disciplina que obviase los problemas relativos a los límites
espaciales de la Prehistoria, así como la relación existente entre los conceptos
de “primitivo” y “antiguo”: se trata de la Arqueocivilización, que incluye en
su seno las materias de Prehistoria, Historia Primitiva e Historia Antigua.
El
movimiento cristalizó en 1948, con la creación del Instituto Internacional de
la Arqueocivilización, dirigido por L. Febvre y del que es órgano de expresión
la revista “Antiquités Nationales et
Internationales”
Internationales”
La Prehistoria resulta
adscrita al bloque de las denominadas “ciencias sociales” o bien, al de las
“ciencias humanas”, ambigüedad un tanto comprometida, si consideramos que
el conjunto de los fenómenos sociales dependen de todos los caracteres del
hombre y recíprocamente, las ciencias humanas son todas ellas sociales en
algunos de sus aspectos.
La distinción tendría sentido, precisa junto a otros J.
Piaget (1976), salvo que se pudiera disociar en el hombre lo que compete a las
sociedades particulares en las que vive y lo que constituye la naturaleza humana universal
Piaget propone una subdivisión aparentemente más ajustada y precisa de las disciplinas que conciernen al estudio
de las distintas actividades del hombre.
Así considera:
1. Ciencias nemotécnicas, 2 Ciencias históricas. 3. Ciencias jurídicas y 4 Disciplinas filosóficas.
Las Ciencias históricas se interesan por el estudio de la evolución de la totalidad de manifestaciones de la vida social, de suerte que “la historia abarca todo aquello que tiene importancia para la vida colectiva, tanto en sus sectores aislados como en sus interdependencias”
En virtud de su objeto de estudio, la Prehistoria es una ciencia histórica,
cuya proyección epistemológica que es el estudio del pasado humano anterior
a la entrada del hombre en la Historia, se cumple, en parte, con el estudio de
los artefactos y las relaciones entre artefactos desarrolladas en términos de cultura.
El problema radica en que, si consideramos que su objeto es el estudio del
desarrollo de la Humanidad con antelación a la aparición del documento escrito, ciertamente ello comporta una variabilidad según épocas, poblaciones y
territorios (Prehistoria, Protohistoria e Historia) y, sobre todo, una comprometida dilucidación sobre dos tipos de documentos: la historia de los relatos (fuentes) y la historia de los hechos (acontecimientos).
Entre la realidad y esta, al
menos doble, naturaleza de los documentos, se sitúan precisamente los argumentos, su formulación, desarrollo y aceptación.
Sobre la transformación por
uso de las hipótesis en tesis, existen sobrados ejemplos en Prehistoria sobre
todo, en lo concerniente a la adecuación de culturas arqueológicas a una determinada escala cronológica.
Ahora bien, también es cierto que la Prehistoria y el propio término surgen en el siglo XIX, teniendo la escritura no sólo como criterio, sino también como el exponente de un grado de civilización.
De ahí las concomitancias entre esta
concepción de la Prehistoria y la Etnología, entre el hombre prehistórico y los
“primitivos actuales”, sobre todo si consideramos la gráfica y, sin duda, abusiva
calificación de la Etnología como “basurero de la Historia“, a la que, desafortunadamente, en ocasiones, se reduce la práctica arqueológica y, por tanto, de
la que emerge la restitución prehistórica.
Es cierto que la reconstrucción histórica de la actividad humana, desde la
óptica de la Prehistoria, depende casi exclusivamente de documentos materiales y que éstos, habitualmente, se corresponden con artefactos o estructuras
abandonadas por el hombre.
De esta limitación, proviene la amplia atracción
ejercida por las posibilidades brindadas por el materialismo como sistema de
interpretación.
Con todo, este sistema no se reduce a la elaboración de construcciones históricas a partir de datos materiales, sino en primar la supeditación de cualquier otra forma cultural, sea social o ideológica, a la organización económica deducida del soporte material.
Tras la crítica al funcionalismo y de haber pasado varios decenios de estructuralismo que llegó tarde de la Antropología, se acepta que los distintos planos
constitutivos de una cultura, forman un conjunto interdependiente.
De ahí que
la defensa unidireccional de uno sólo de ellos, resulte insatisfactoria. Antes al
contrario, en sintonía con las líneas maestras de la investigación en Historia,
se trata de abordar las realidades sociales, considerando como tales todas las
formas amplias de la vida colectiva: las economías, las instituciones, las arquitecturas y, por último, las civilizaciones.
La distinción conceptual entre Prehistoria y Arqueología es, sin duda, un tema complejo y vidrioso, según países y planes académicos.
A pesar de que Arqueología y Prehistoria no pueden ser considerados criterios totalmente idénticos, generalmente, se han asociado dado el tipo de documento que utilizan.
Sin embargo, algunos investigadores, como por ejemplo
Rouse, distinguen entre ambas al afirmar que la Arqueología es una disciplina
de carácter analítico y la Prehistoria una de carácter sintético.
A estas controversias, sin duda se añade otra en mayor medida candente,
cual es la ocasionada entre “arqueología tradicional” y “Nueva arqueología”
G. Daniel “un prehistoriador ha de ser constantemente un arqueólogo”. La expresión arqueología prehistórica se utiliza como sinónimo de prehistoria.
Existe, sin embargo, una diferencia esencial entre Prehistoria y Arqueología.
Un arqueólogo es la persona que estudia los restos materiales del pasado
con el fin de arrancarles los hechos de la historia (Daniel, G.,).
En el mismo sentido se expresa asimismo I. Rouse (1973) cuando advierte
que la circunstancia de que una misma persona pueda especializarse en ambas
disciplinas, “no niega que las disciplinas sean diferentes y que deban mantenerse separadamente en nuestro pensamiento”.
Sin embargo, la Arqueología, según distintos autores, podría definirse
como el estudio de las culturas del pasado y de su historia, mediante la observación de sus vestigios.
Esta definición parece, en líneas generales, ajustada
tanto para la Arqueología Prehistórica como para las arqueologías centradas
en el estudio de “vestigios” correspondientes a épocas históricas.
En consecuencia, la Prehistoria o la historia de las comunidades anteriores a la escritura, de algún modo, no sería sino una parte de la materia “observada” por la
Arqueología.
En este sentido, no es casual la ocasional utilización de “Arqueología” y
“Prehistoria” como sinónimos, circunstancia sobre todo frecuente en la Nueva
Arqueología, aunque se diferencia entre ambos conceptos, en particular cuando
se precisa ante la suplantación de sus respectivos campos de estudio que
Arqueología y arqueólogo son definiciones que incluyen a los estudios prehistóricos y al prehistoriador; de lo que se deduce que el prehistoriador es siempre
un arqueólogo y que los estudios prehistóricos son simplemente arqueológicos.
Pero la crisis de identidad de la Prehistoria, no sólo proviene de la suplantación
de parcelas con la Arqueología, sino también, de sus presuntas concomitancias
con otras disciplinas, como es el caso de la Antropología.
Prácticamente desde sus inicios, la Prehistoria se sirvió de numerosas sugerencias prestadas por la Etnología.
La asimilación Arqueología, Prehistoria, Antropología, se produce sobre todo entre investigadores estadounidenses (Binford, L.R., 1972)
por el concurso de una determinada serie de circunstancias que propiciarán
que “la Arqueología americana será Antropología o no existirá” (Whille, G.R.
y Phillips, P., 1958).
Estos condicionantes, no se producen en el Viejo Mundo,
hecho que probablemente contribuya a explicar parte de las analogías Antropología-Arqueología-Prehistoria.
En Europa, este interés por el estudio de la cultura, en parte es el que
constituye el objeto de la Etnología, así pues diferenciada de la Antropología,
tanto por el tiempo como por los métodos utilizados en el estudio de estas
sociedades en vías de transformación.
Si la Etnología es una parte de la Antropología, en Europa, las fronteras entre el concepto y método de la Etnología
y los de la Arqueología prehistórica, se hallan netamente diferenciados.
Aunque la Antropología pretenda una reflexión general sobre los diversos aspectos de la cultura humana en el tiempo y el espacio y, pese a los frecuentes
préstamos extraídos por la Prehistoria tanto de ella como de la Etnología, es
factible precisar una demarcación de sus respectivos ámbitos, merced a la
distinta naturaleza de los documentos y, por consiguiente, la diferente metodología empleada y, desde luego, por la distancia cronológica de sus contextos interpretativos.
El objeto de la Prehistoria es la restitución interpretativa de las culturas de
la Prehistoria, es decir, descubrir e interpretar
de forma integral el desarrollo de estas sociedades.
Necesita sistemas de documentación y estrategias de explicación de la información arqueológicamente registrada.
Con
ello, acaso sea posible efectuar una aproximación satisfactoria al conocimiento
de diversos aspectos como las ideas, ritos y mitos aparentemente negados por
el registro de unos objetos, en la mayoría de los casos desechados, y algunos
de ellos ya irremisiblemente perdidos o degradados.
Desde esta perspectiva, si el conjunto de elementos recuperados permite
una caracterización tipológica y acaso una identificación funcional, las analogías formales no siempre obedecen a necesidades funcionales afines e, incluso,
con la ayuda de disciplinas auxiliares, algunas certezas sobre las condiciones
paleoambientales desde las que plantear posibles reconstrucciones económicas
y sociales, mucho más vidrioso es el desciframiento de los códigos míticos o
religiosos.
La dificultad estriba en que, en este terreno, si bien las formas son
analizables, perdidos los gestos, ritos, palabras y creencias, los contenidos se
hacen prácticamente irrecuperables.
Sobre esta base, ciertamente el objeto arqueológico, en tanto documento, sólo tiene sentido contemplado desde una doble perspectiva: en su relación con el propio contexto material en el que aparece y, también, en relación con el contexto cultural que lo fundamenta.
La “Nueva Arqueología” y, en particular, su específico replanteamiento de la Arqueología Prehistórica como ciencia se opone a una “vieja”
arqueología de corte tradicional, tildada de empirista, descriptiva, anclada en
un humanismo acientífico.
Observar, describir, acumular testimonios, analizarlos y clasificarlos, serían los objetivos de esta arqueología tradicional, imposibilitada de capacidades inductivas y, por consiguiente, incapaz
de formular leyes generales sobre la conducta humana, auténtico fin de toda
disciplina científica.
En consecuencia, la Nueva Arqueología propondrá una forma científica de
operar con los datos arqueológicos, por oposición a la arqueología concebida
como descripción o narración del pasado.
De este modo, esta propuesta basada
en la lógica neopositivista hempeliana presumirá que el pasado resulta potencialmente cognoscible, porque es empíricamente observable.
En la parte de la Historia que llamamos Prehistoria, es quizás el método de estudio, más que en ninguna otra ciencia el que ha impuesto los límites.
La Prehistoria sólo se distingue de la Historia por sus métodos.
De
ahí la importancia del análisis de las llamadas “ciencias auxiliares”, de sus
métodos de trabajo y sus aportaciones, en tanto en cuanto han servido para
ampliar la “materia histórica” y han obligado a alterar el concepto de Ciencia,
el cual, a su vez, ha modificado las técnicas de trabajo a las que ha exigido
resultados en consonancia con su nueva situación.
Hoy la Prehistoria es una ciencia, en el sentido de que posee un método
científico para obtener evidencias, deducir o experimentar.
Los métodos teóricos, típicos de las disciplinas humanísticas, consideran la reflexión filosófica
y el análisis lógico, y en este sentido son aplicables, al menos como método
único, a la Prehistoria.
En cambio los sistemas de los métodos científicos se
adecuan mejor a la investigación prehistórica, pero tampoco completamente,
pués la deducción de las consecuencias que puedan ser puestas a prueba por
la observación, es muchas veces irrealizable.
A partir de ahí la Prehistoria enlaza con los métodos teóricos y las disciplinas humanísticas, ofreciendo así una síntesis de conocimiento derivada de
sus sistemas de obtención de datos, por un lado, y de la interpretación de los
mismos por otro.
En este punto radica la originalidad y el carácter de la Prehistoria en el humanismo y el cientifismo, combinados en su objetivo de conocimiento y en sus métodos.
En síntesis, podríamos afirmar que el método general de la Prehistoria es
y debe ser el mismo que el de la Historia: el historiador de acuerdo con su formación, actúa frente a las fuentes de información, y las interpreta, pero dada
la naturaleza de sus fuentes ha tenido que ir rastreando y asimilando los de
otras ciencias: así debe utilizar el método estratigráfico, propio de la Geología,
el etnológico, el tipológico, el geográfico y otros muchos, pero entre todos
ellos le es fundamental e imprescindible el método arqueológico.
El método arqueológico es, pues, por excelencia el método de la Prehistoria, pero no por ello se limita a la época prehistórica, ya que extiende su campo
de acción a todas las épocas del pasado, incluso si éste es bastante cercano.
La Arqueología puede definirse como el método que estudia las diferentes
civilizaciones del pasado y su evolución, fundándose en los vestigios materiales
que han dejado tras ellos. Persigue esencialmente los mismos fines que la Historia, pero difiere de ella por la naturaleza de las fuentes que utiliza.
Desde finales de la Segunda Guerra Mundial la Arqueología y la Prehistoria
han modificado profundamente sus objetivos y sus métodos.
Hoy la Prehistoria no
busca recoger obras de arte, objetos de vitrina, sino que intenta reconstruir del
modo más total posible el comportamiento natural del hombre, las bases de su
economía y su vida individual y social.
El enfoque tipológico de la Prehistoria es uno de los de más antigua tradición y que más escuela ha creado.
Responde al objetivo de buscar “fósiles
directores” para formular periodizaciones y secuencias que en los primeros momentos se creyeron evolutivas.
En los albores de la ciencia prehistórica, desde finales del siglo XIX a principios del siglo XX, las leyes de la Geología y el evolucionismo de las Ciencias Naturales hicieron furor entre los investigadores.
En este momento se adaptan
a la Prehistoria conceptos tomados de la Geología y se acepta erróneamente
que las leyes de la Prehistoria deben ser tan generales como en Geología.
Los primeros que elaboraron teorías Lartet, Mortillet, Breuil, partieron del
presupuesto de que los pisos geológicos debían aparecer también en Prehistoria: fósiles culturales se convirtieron en directores de los niveles estratigráficos,
tal como sucedía con los fósiles geológicos.
La Arqueología prehistórica utilizó
sólo una visión vertical de la estratigrafía, olvidándose de la visión horizontal
de la superficie excavada.
Era entonces impensable que dos culturas tan diferentes como Auriñaciense y Perigordiense pudieran ser contemporáneas e intercalarse arbitrariamente en los yacimientos.
Es en esta etapa hiper-revolucionista y con un afán
tal de periodizar que se consideraba acientífico describir una cultura o elemento
arqueológico sin clasificarlo inmediatamente en un casillero determinado.
arqueológico sin clasificarlo inmediatamente en un casillero determinado.
En
cierto modo se estaba olvidando que el fin último de la Prehistoria es conocer
la Historia del Hombre y no clasificar objetos antiguos.
En los años 50 la Prehistoria empezó a contar con el concurso de la estadística aplicada a la tipología. Aparecieron las listas tipo emanadas de la Escuela
de Burdeos: Bordes y Bourgon elaboraron las listas para el Paleolítico Inferior
y Medio y Sonneville-Bordes y Perrot lo hicieron para el Paleolítico Superior.
Característico de esta etapa será la elaboración de índices tipológicos y de
porcentajes a los tipos primarios mediante una estadística elemental. Con ellos
se construirán una serie de gráficas, mediante las cuales será posible comparar
gráficamente varios niveles de un mismo yacimiento o de otros distintos, buscándose los paralelos en un área geográfica más o menos próxima.
Esta técnica
comenzó a tambalearse al descubrirse que la técnica de excavación de yacimientos antiguos no había sido todo lo perfecta como hubiese sido deseable de
tal modo que, en ausencia de un cribado minucioso de las tierras, los índices de
los elementos microlíticos variaban sustancialmente las gráficas acumulativas.
Otra tendencia importante en el campo de la historiografía prehistórica ha sido la de aquellos investigadores que han superado la noción de civilización arqueológica y la han sustituído por un concepto de sociedad.
Han intentado presentar una evolución de la Prehistoria, no ya como una sucesión de civilizaciones
sino como una sucesión de fases en la evolución económica y social, partiendo
del postulado de que en las civilizaciones vecinas con un nivel cultural equivalente, poseían muy probablemente sistemas económicos y sociales idénticos.
Grahame Clark señala el punto de partida para una Prehistoria en la que en el capítulo de la interpretación es posible hablar de “la reconstrucción de la vida económica” y
de “la reconstrucción de la vida social, intelectual y espiritual”. Era preciso
convencer al lector de que el papel de un prehistoriador es la interpretación de
los restos arqueológicos y que la reconstrucción de la vida humana representaba su problema principal, pero de posible resolución.
Clark, influenciado por el funcionalismo de Malinowski, luchó contra el
escepticismo, de que había que sacrificar la Cultura en provecho de las culturas y tomó de la Antropología Cultural el “modelo teórico” sobre el que
basar la reconstrucción de la vida económica y social.
Las teorías de Gordon Childe experimentaron un nuevo auge en los años
70 mediante la “arqueología social” de Renfrew, ampliamente influenciada
por las ideas evolucionistas. 7
Los paralelos etnográficos desempeñan un papel
fundamental en su explicación: así los jefes de la Edad del Bronce son vistos
a la luz de los jefes polinesios y convertidos en “jefes territoriales”. Los métodos de la geografía humana son igualmente adoptados, y se hace un especial
hincapié en el estudio de la economía y del comercio. Aparece el concepto de
“territorio” como centro económico de explotación,
En 1975, el noruego Gjessing propuso las líneas generales de lo que él
denominó la “socioarqueología”. Se trata de un entramado bastante complejo
a base de ecología, etnografía comparada y una actitud polémica hacia la New
Archaeology.
Existe en su teoría una fuerte influencia de Gordon Childe, manifiesta por
su interés por las perspectivas evolucionistas.
La socio-arqueología en el estudio del Paleolítico
D. de Sonneville-Bordes, comentaba en 1969 que en el Paleolítico “los
documentos son tan insuficientes que no autorizan a aventurarse en la exposición de estructuras sociales y de organización política más que con una redoblada precaución”.
Sin embargo, la aplicación de las nuevas técnicas de excavación que busca
no sólo definir las capas sino que pretende encontrar “suelos de habitación” o
simplemente de ocupación, ha permitido la reconstrucción de estructuras cuando son reconocibles.
Todos los objetos son situados en su plano horizontal,
formando plantas de repartición de restos, en las que se recoge además todo
tipo de vestigios.
No obstante la Escuela de Burdeos, y en particular el fallecido profesor F.
Bordes criticaron duramente la ligereza con la que se determinan los supuestos
suelos de habitación o de ocupación.
En 1972 F. Bordes y D. de Sonneville señalaban que un estudio de la repartición horizontal de los útiles en
un nivel dado, llevará a menudo a asociar objetos que no son realmente contemporáneos, siendo el factor tiempo imposible de medir incluso en un débil
nivel correspondiente a un supuesto “suelo de ocupación”.
El ritmo de sedimentación natural y el ritmo de sedimentación de los objetos humanos varían según los momentos. Un grupo que viva durante un período
de sedimentación natural lenta dejará una capa delgada y densa de objetos,
mientras que el mismo grupo, con un ritmo de sedimentación natural rápido,
podrá dar la impresión de un hábitat débil y discontinuo, de hábitat esporádico,
en presencia del mismo número de útiles dispersos en el sedimento que en el
caso anterior.
Por otra parte las capas, tal como hoy las encontramos, son el resultado de
transformaciones profundas, que alteran el estado en el que se hallaban en el
momento de su formación. Para empezar, las capas han sufrido una fuerte compresión; en segundo lugar, en plena época glaciar, los paleolíticos pudieron
vivir sobre lechos de hojas, ramas o pieles de animales, las cuales debieron de
ser renovadas, sacudidas, cambiadas de lugar, acumulando en determinados
lugares los objetos de deshechos pertenecientes a épocas diferentes. Utensilios
situados por encima de las pieles pueden ser mucho más recientes que los abandonados por debajo de ellas, pero nosotros los encontraremos en el mismo
plano al descomponerse la materia orgánica.
Pero incluso aceptando que la repartición horizontal en una capa delgada
corresponda a un suelo de habitación, y que los objetos allí hallados sean contemporáneos y no hayan sido desplazados, tampoco la interpretación de su significado será totalmente clara.
La Escuela de Burdeos, propone el siguiente
ejemplo: sucede a menudo que huesos rotos y núcleos se encuentran asociados
en la parte delantera del abrigo. De este dato puede concluirse una localización
de actividades: rotura de huesos para extraer la médula con ayuda de los
núcleos utilizados como martillos, siendo la melladura de sus bordes una
prueba de este uso. Pero existe también otra interpretación posible: se arroja
fuera del abrigo de hábitat tanto los huesos fracturados (cuya médula ya ha
sido extraída) como los núcleos ya utilizados con el único fin de que ambos
objetos no produzcan heridas en los pies de los habitantes. Las melladuras de
los bordes del núcleo han sido producidas intencionalmente al proceder a la
extracción de lascas u hojas. En apoyo de esta tesis estaría el hecho, comprobado en cientos de excavaciones, de que las zonas más ricas en objetos son
precisamente las que, se supone, no fueron ocupadas: los bordes de la roca,
donde una persona no puede situarse dado la proximidad del techo, son el
“basurero” al que se arrojan las piezas de desecho, el “rincón” hacia el que
barre su cueva el hombre paleolítico.
Por otra parte, existe un quinto problema: el material perecedero que ha
desaparecido. En nuestras excavaciones no encontramos más que una ínfima
parte de la cultura material de los paleolíticos. Todos los objetos de madera o
cuero, que debieron ser numerosos a juzgar por la etnología comparada, han
desaparecido para siempre. Pudieron existir también objetos de cuerda o recipientes vegetales y ninguna información ha podido llegar hasta nosotros.
Un mismo objeto puede
tener un uso y funcionalidad diferente según el tipo de enmangue: una punta
con mango de madera puede haber sido, según la posición de éste, tanto una
punta de proyectil para cazar como un cuchillo para cortar.
Datos sociológicos
falseados podrían hablar de un “pueblo belicoso o cazador” en el caso de la
interpretación como puntas o de “un lugar de despiece de la carne” en el caso
de ser estudiados como cuchillos.
Pero esto nos ha introducido ya en dos nuevos temas de la Prehistoria: la del estudio de los hábitats o asentamientos y la
funcional, ambas muy relacionadas entre sí.
La Arqueología del Género
El concepto “género” apareció por vez
primera en la antropología en 1974 en un trabajo de Gayle Rubín en el que se
analizaban las aportaciones de Freud, Lacan y Lévi Strauss en relación al tema
de la opresión de las mujeres.
Esta antropóloga utilizó el término “sistema de sexo-género” para referirse a: “(...) el conjunto de disposiciones por el que una
sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas”.
Con este novedoso concepto muchas feministas pretendían convencerse a
sí mismas de que las diferencias físicas existentes entre hombres y mujeres no
eran las responsables de la desigualdad sexual, sino que únicamente la “soportaban”. De esta forma, se generalizó la separación “analítica” entre sexo y
género.
Esta escapada, no sólo del determinismo biológico, sino de la reproducción
y del sexo, volvió a poner sobre la mesa el miedo a que el “cuerpo” constituyera el motivo de la esclavización de las mujeres. Esto nos ayudaría a entender
porqué algunas investigadoras han huido del uso del concepto sexo a la hora
de analizar la opresión femenina.
El sexo ha sido definido de formas muy variadas, pero sobre todo, ha sido
usado de distintas maneras, lo que nos ayuda a remarcar el grado de ambigüedad y heterogeneidad que le rodea.
Sin embargo, al margen de los diferentes
usos que ha recibido, hay dos elementos fundamentales en tomo al sexo que
constituyen la base de su fundamento: uno, que nuestra especie necesita de la
unión de dos sexos, anatómicamente distintos, para la procreación y el otro,
que la diferencia sexual se presenta, actualmente, como una construcción conceptual íntimamente relacionada con el “poder”.
La generalizada sustitución del sexo por el género demuestra, como ya
hemos comentado, el temor a que el determinismo biológico sea la causa verdadera de la situación “social” en la que se desarrollan las vidas de las mujeres a lo largo de la historia.
Los argumentos deterministas parten de una idea
que parece “incuestionable”, y es que las diferencias entre hombres y mujeres
se traducen en una serie de tendencias “psicológicas”, que en realidad tienen
una raíz o explicación “biológica”: la diferente estructura del cerebro o las
diferencias hormonales entre hombres y mujeres (Lewontin et al., 1996: 163).
El problema real del determinismo biológico no está en las diferencias biológicas u hormonales en sí, que es obvio que las hay, ni tampoco en las diferencias (minúsculas) en la estructura e interacciones hormonales entre el cerebro masculino y el femenino, sino en el sentido que se les da a estas “diferencias”.
Desde el punto de vista de O. Sánchez, no se debe de buscar la sustitución
automática del sexo por el género para escapar del determinismo.
Ciertamente
el género nos proporciona mayor libertad al encontrar un término que no tiene
un contenido tan material, ya que está cultural y socialmente “construido”.
Pero, si se rechaza el concepto sexo y se prescinde de su relación con el género,
estamos eliminando, en cierta forma, la importancia que tiene el hecho de que
las mujeres sean las protagonistas principales en la reproducción de seres
humanos, lo que representa un gran problema
. Prehistoria de los hábitats o “Settlement Achaeology” es una corriente muy importante en la Prehistoria actual, nunca se ha constituido como grupo o escuela.
Sus seguidores se han clasificado espontáneamente bajo este epígrafe por motivos diferentes: en algunos casos (Chang) la
arqueología del asentamiento se plantea como una cuestión metodológica, en
otros casos existen simplemente intereses temáticos.
Así sucede que en la síntesis de Ucko, Tringham y Dimbleby de 1972 sobre Man, Settlement and Urbanism pueden colaborar investigadores de muy distintas tendencias y niveles:
tradicionalistas como Rousse, miembros de la “New Archaeology“ como Flannery o marxistas como Masson.
La Arqueología del asentamiento surgirá en el plano metodológico como una aplicación en el campo arqueológico de las ideas del estructuralismo.
La Prehistoria funcionalista, se situa junto al estructuralismo prehistórico y procedente de una misma fuente
antropológica social, El objetivo de la Prehistoria “funcionalista” busca la interpretación correcta del material arqueológico
mediante el conocimiento de la función exacta de los objetos y de las estructuras.
Una interpretación falsa de la utilización de los elementos arqueológicos
acarreará explicaciones socioeconómicas falsas, con todo lo que supone en
una ciencia histórica.
La Prehistoria funcionalista tiene tres vías para acceder
a sus objetivos últimos:
Los análisis de laboratorio
La observación detenida de los objetos recuperados en una excavación a
través de lupas binoculares o microscopios proporcionará al investigador evidencias claras sobre la utilización que han tenido estos objetos, y por tanto de
su función. Con la utilización de ordenadores el material arqueológico inventariable y susceptible de estudio aumenta considerablemente. Surge así el análisis factorial estadístico de la New Archaeology creado para entregar los factores que determinarán la interpretación funcional de los materiales.
La experimentación
Un segundo sistema de conocimiento que permite salir a la Prehistoria
arqueológica de sus métodos clasificatorios e ir más allá en la verificación de
las hipótesis lo constituye la experimentación. En la industria lítica por ejemplo
la reproducción de la técnica de talla por parte de los tecnólogos (Bordes,
Tixier, Dauvois, Lenoir, Crabtree) han llevado a conclusiones muy interesantes
en el campo de la funcionalidad de los útiles. El campo de la experimentación
es muy amplio y realmente son muy variadas las huellas que pueden ser reproducidas: desde los mordiscos de animales y seres humanos sobre huesos, hasta
el corte de cueros, pieles, ramas secas y verdes, etc., con lascas y hojas de sílex
recién talladas.
La Etnología comparada o la búsqueda de analogías entre pueblos vivos puede extraer información muy importante acerca de la posible funcionalidad de
los objetos, forma, uso, técnica de fabricación y de estructuras materiales y
sociales.
A este respecto son fundamentales las actas del coloquio Man, the Hunter
(Lee y De Vore, Edits., 1968) en las que los materiales arqueológicos y etnográficos son comparados con implicaciones metodológicas.
Ante un mismo dato de la contemporaneidad de las facies
musterienses (intercaladas aleatoriamente en los yacimientos) existen dos hipótesis de interpretación muy diferentes y con las mismas posiblidades de ser
válidas. Por un lado está la de F. Bordes que imagina tribus poco numerosas
ocupando alternativamente los yacimientos de las regiones privilegiadas. Sus
utillajes en cuanto a tipos y técnicas son diferentes a causa de una tradición
cultural diferente para cada facies. La segunda teoría propuesta por L. y S.
Binford representantes de la New Archaeology, se presenta como hostil a las
migraciones y al sustrato de las tradiciones inalterables, justificando la variación de las industrias por un condicionamiento ecológico: cada facies musteriense corresponde no a un utillaje propio de un grupo, sino a un lote de útiles
especilizados para unas tareas determinadas (funcionalismo).
Las comparaciones etnográficas presentan un creciente interés pero también un peligro. Es preciso tener en cuenta que las actuales poblaciones objeto
de estudios etnográficos son poblaciones estáticas o en regresión, y por ello es
muy arriesgado interpretar la funcionalidad de los útiles prehistóricos a través
de observaciones hechas entre los primitivos.
En resumen, existen tres vías, análisis de laboratorio, experimentación y etnología comparada, que pueden llevar al prehistoriador a sugerir una hipótesis sobre la funcionalidad de los objetos o estructuras, pero nunca se podrá alcanzar la certeza de que su conocimiento o interpretación de un dato es realmente objetivo.
Pero, dejando de lado a los tipólogos funcionalistas, existen también otras
escuelas de esta tendencia de la Prehistoria a nivel metodológico y de teoría
general.
Entre ellos destacan W.W. Taylor que en su obra A Study of Archaeology de 1948 emitía la hipótesis de que los artefactos, sus formas, adornos, etc.,
son determinados por ciertas normas que no son puramente tecnológicas sino
que responden a todo un sistema cultural.
Esta línea de investigación, paralela
al funcionalismo de Malinowski, alcanzará su apogeo en los años 60 con la
popularización de la Nueva Arqueología. Binford, a partir de la interdependencia funcional de todos los elementos del sistema cultural, hace derivar la
posibilidad de estudiar las esferas destruidas de la cultura a partir de la esfera
material superviviente.
Todo ello reclama una evaluación de la interdependencia de cada elemento mediante métodos de análisis de correlaciones múltiples
o factoriales.
La prehistoria del “quién”
Como acertadamente señalara Rousse (1973) ni los sumerios ni los chinos
se preguntaron jamás quién había ocupado sus tierras en épocas anteriores.
Ellos pertenecían a una civilización que “había estado siempre” allí. Los griegos ya tuvieron motivos para preguntarse por sus antecesores porque los hallazgos arqueológicos pertenecían a una civilización muy diferente a la suya: así
atribuyeron las murallas de Micenas a los cíclopes, pueblo que mencionaron
en las leyendas homéricas.
La Edad Media no tuvo problemas: su pasado no podía ser interpretado
más que a la luz de la Biblia y por tanto la cuestión del origen estaba muy
clara: Adán y Eva.
Pero en el Renacimiento ya hubo preguntas respecto a
quién, y la respuesta única era que fueron los pueblos clásicos grecolatinos, o
los galos, o los germanos al norte de los Alpes.
A fines del siglo XIX surgió la
peligrosa costumbre de utilizar los hallazgos prehistóricos para identificar pueblos “históricos”. Los alemanes, imbuidos de un incipiente nacionalismo, fueron los primeros en esta práctica que con el tiempo les llevaría demasiado lejos.
Al tomar conciencia como pueblo comenzaron la búsqueda de los pueblos germánicos y separaron de entre los objetos arqueológicos los que eran “suyos”
de los de “otros pueblos”.
Surgió así la expresión “Kulturgruppe” que quedó
abreviada en “Kultur” y que definió a cada pueblo identificado.
Los prehistoriadores del resto de Europa utilizaron los conjuntos excavados como base para descubrir pueblos hasta entonces desconocidos.
Los conjuntos culturales eran agrupados y, lejos de atribuirles el nombre de un pueblo
histórico, se prefería inventar uno nuevo en base a un yacimiento epónimo y
el sufijo “ense”. El término “cultura” fue sinónimo de industria, que fue el
que se impuso, sobre todo en épocas paleolíticas.
Las épocas protohistóricas,
sin embargo, fueron una excepción y se atribuyeron los restos arqueológicos
de la Edad del Hierro a distintas tribus celtas mencionadas en las fuentes
romanas.
En Europa oriental el resurgir del nacionalismo de los años 30 hizo que
la Prehistoria tomara un sesgo diferente; los prehistoriadores soviéticos
comenzaron a aplicar el concepto de pueblos a los restos arqueológicos tardíos, con el fin de averiguar “los origenes del pueblo ruso”, utilizando la táctica alemana.
En síntesis, puede decirse que el período de entreguerras tuvo como preocupaciones principales, la definición de los diferentes elementos que componen las diversas civilizaciones arqueológicas y la investigación del origen de estas civilizaciones, así como las causas de su desaparición y de su sustitución por otras.
Según como se expliquen estos fenómenos en términos de migración, de
invasiones, de difusión cultural o de aculturación, estaremos en presencia de
diversas corrientes de opinión que se manifiestan en las siguientes oposiciones:
“creacionismo versus transformacionismo”, “evolución frente a cambio de
población”.
El evolucionismo
Esta tendencia ocupó la primera parte del siglo XIX y pretendió orientar el
pensamiento arqueológico hacia la reconstrucción de las cadenas que llevan
del presente al pasado, partiendo de la idea de que la humanidad es una.
Casi
todos los pioneros de la Prehistoria, como Boucher de Pethes cuando hablaba
de la evolución de los bifaces, o Piette que establecía una sucesión evolutiva
del arte mobiliar magdaleniense, vemos que estaban imbuidos por la mentalidad evolucionista de la época.
El siglo XX comenzó con una tendencia claramente antievolucionista; sin
embargo tendrá algunas figuras de interés con ideas evolucionistas (Laplace)
o neoevolucionistas (Varagnac).
En esta última tendencia también pude integrarse la New Archaeology. Su método de investigación consiste en establecer
primero la existencia de relaciones fijas entre la civilización material y el sistema social de algunas civilizaciones actuales, y una vez establecidas estas relaciones las aplican para reconstruir los sistemas sociales entre las poblaciones prehistóricas, partiendo de los restos arqueológicos.
En realidad, tal
como ya vimos en el apartado dedicado a la New Archaeology, la única diferencia de este nuevo evolucionismo con respecto al del siglo XIX radica en
una clara influencia del materialismo histórico que determina la existencia
de “saltos revolucionarios”, que reemplazan la “evolución progresiva” del
siglo XIX y la sustitución del antiguo “estímulo de las ideas” por factores económicos, demográficos, en definitiva los nuevos motores materiales de la
evolución.
Sin embargo, son muy numerosos los prehistoriadores que niegan la existencia de relaciones fijas, o al menos piensan que es imposible encontrar tales
leyes; además no creen que sea posible proyectar esas leyes en el pasado, aunque hubieran existido.
Estos sería, según ellos, un dogmatismo evolucionista,
tal como existía en el siglo XIX y, por tanto, ya superado.
Veamos las principales tendencias antievolucionistas.
Migracionismo
El antievolucionismo de comienzos del siglo XX trajo como consecuencia
que el optimismo de los investigadores respecto a la posibilidad de establecer
leyes evolutivas se derrumbara y se pasara, como sustitución, a buscar teorías
difusionistas de la cultura e, incluso, migracionistas de pueblos étnicos.
En Francia, país que desde muy antiguo se ha preocupado por establecer
secuencias de la Prehistoria a nivel mundial, las posturas migracionistas tuvieron que admitir varios focos de origen y distintas vías de expansión, dando
lugar a un migracionismo policéntrico y centrípeto.
El Abate Breuil fue el más importante representante de esta tendencia a
principios de siglo, y se observa en toda su obra la teoría de que las culturas
arqueológicas están asociadas a etnias estables, existentes en todo tiempo y
que se desplazan alternativamente de un territorio a otro. La Dordoña francesa
es para Breuil el lugar de convergencia de todas las migraciones paleolíticas,
aunque su punto de vista sobre el origen de las culturas fue variando con el
tiempo. Quizá fuera la colaboración con Saint Perrier lo que hizo cambiar a
Breuil su teoría sobre “la patria originaria”. Saint Perrier se había destacado
desde 1920 como uno de los más importantes partidarios del migracionismo,
hasta tal punto que llegó a supeditar la migración del hombre a la del reno o
cualquier otra especie faunística que le sirviera de alimento.
En los años 50, las teorías de Breuil van a tener su continuador en Francia
en la figura de F. Bordes y la Escuela de Burdeos. Este investigador puso a
punto procedimientos matemáticos para determinar el parentesco genético de los complejos líticos.
El policentrismo migracionista de Bordes quedó bien
delimitado en dos de sus trabajos relativos al paso del Paleolítico Medio al
Superior y la mencionada interpretación de la variabilidad de las facies musterienses. Para Bordes las pretendidas “invenciones” del Paleolítico Superior,
existían ya en su forma embrionaria en “los diversos Paleolíticos Medios”, no
siendo posible su difusión después del paso al Paleolítico Superior
El difusionismo cultural
El difusionismo cultural puede considerarse como una solución mixta que
evita tener que plantear arriesgadas hipótesis migracionistas. En la actualidad
todos los cambios culturales pueden explicarse por “aculturación”, aunque el
peso del sustrato y de la tradición sea muy fuerte en todas las “civilizaciones”.
Estas son, entre otras, algunas de las tendencias más significadas en Prehistoria, disciplina eminentemente histórica mas con una serie de importantes
concomitancias con otras ciencias sociales. La cultura es un hecho complejo,
susceptible de ser contemplado desde bien distintas ópticas. De ahí la complementareidad de buena parte de estas propuestas, en gran medida motivadas por
la necesidad de contar con unas bases teóricas propias, definidas a partir de la
reflexión sobre sus mismas competencias y no como mera traslación de conceptos y métodos pasajeros.
De forma simultánea se subraya la necesidad de construir una Filosofía de
la Prehistoria sobre la base de la Filosofía de la Ciencia.
Las posibilidades de desarrollo futuro cabe contemplarlas al menos desde
dos alternativas: La primera, concibiendo la Prehistoria de forma determinista
y mecánica (Prehistoria Ciencia Social) construida desde la óptica de la causalidad físca y sobre una metodología afín a la de las Ciencias Naturales. La
segunda, es la constitución de la Prehistoria como Ciencia de la Cultura, concebida y explicada no como sistema mecánico estable, sino como totalidad y
proceso variable.
Sin embargo, en la actualidad es evidente el debate abierto en el seno de la
Arqueología Prehistórica, entre teoría y práctica. Junto a tendencias ya decantadas, la interdisciplinariedad ha motivado el desarrollo de alternativas específicas, como la Etnoarqueología o la Geoarqueología. Asimismo, el concurso
de nuevas tecnologías ha posibilitado un notable incremento y diversificación
de las posibilidades de documentación y tratamiento de la información (Informática). Todo ello, concretado en diferentes propuestas, hace que el investigador se vea inmerso en una cada vez más compleja y dinámica evolución de la
disciplina, precise explicitar sus reglas y conozca sus limitaciones. De ahí,
también, la constante conveniencia de replanteamientos autocríticos.
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